jueves, 19 de mayo de 2011

Cuidando al abuelo

Victoria Aued
Taller de Comprensión y Producción de Textos I
Licenciatura en Comunicación Social


Todo ocurrió una tarde de febrero, ya ni me acuerdo el año. Mi abuelo materno estaba en sus últimos días y con sus ochenta y tres años ya no había retorno para la enfermedad repentina que padecía. Mi mamá decidió que lo que le quedara de vida sería en compañía de su familia, así que el abuelo pasó del hospital a mi pieza y para ser más exacta, a mi cama.
Todos sabíamos que era cuestión de hacerle compañía, de hacerlo sentir en familia y contenido, así que ese fue el trabajo de sus nietos (mi hermano y yo), en medio del caos laboral que se vivía en casa.
En la última semana de vida, el abuelo Pacho recibía visitas a cada rato y él, en su envidiable lucidez, atendía con la alegría que lo caracterizó siempre a cada persona que lo iba a visitar.
Pero cuando los amigos se iban, algo extraño pasaba. En casa había que comer así que cuando mis papás estaban trabajando mi hermano, que tenía diez, y yo, que tenía trece, éramos los encargados de cuidar al abuelo.
Él siempre parecía dormido pero sin embargo, abría los ojos y hablaba. Pero no con nosotros, sino con gente que hacía mucho que ya había muerto. El terror nos invadía cuando el abuelo nos hacía partícipes de la conversación y teníamos que contestar porque sino se enojaba.
Pero lo peor pasó la tarde anterior a que Pachito nos dejara. Yo estaba sentada en la cama de al lado, leyendo con sólo un velador prendido cuando el abuelo se despertó y, mirándome, empezó a hablarme como si yo fuera la abuela, muerta hacía ya un par de años.
En ese momento, entre la media luz que había en el cuarto y el silencio que reinaba la casa, sentí que quería salir corriendo y no volver nunca más pero permanecí inmóvil frente al abuelo, que seguía hablándome como si fuera su esposa.
Me dijo que lo esperara que ya se iban a encontrar, aunque el mensaje era para la abuela, el abuelo cerró los ojos y siguió durmiendo. Yo me quedé inmóvil y del miedo no podía ni salir del cuarto, pero por suerte llegó mi mamá y pude salir corriendo.
Después de todo el abuelo estaba enfermo y no podía dejarlo solo, seguramente esa responsabilidad de hacerle compañía fue la que me impidió que me tirara por la ventana para salir de aquella terrorífica escena.
La noche siguiente el abuelo murió, mi pieza quedó libre y en consecuencia tuve que volver allí. Estuve una semana sin poder dormir, aunque todo era tan tranquilo como antes, cada ruido que escuchaba me hacía dar un salto en la cama, pero nada raro pasó. Todas las “visiones” del abuelo tuvieron su explicación médica y después de cinco años pude superar el trauma. Seguramente porque ya no piso más ese cuarto, pero es innegable que luego de lo del abuelo Pacho, es imposible para mí hablar de espíritus y mirar películas de terror o de fantasmas. Casualmente, mi hermano tiene el mismo problema.

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