jueves, 19 de mayo de 2011

Venganza

Elías García
Taller de Comprensión y Producción de Textos
Tecnicatura en Periodismo Deportivo


Marcio estuvo, durante mucho tiempo, saturado de ira y resentimiento. Al abandono por parte de sus padres de él y sus dos hermanos, se le sumó la falta de un referente, alguien a quien pedirle ayuda en los momentos difíciles.
Los tres chicos habían sido dejados en un hospital del barrio de Barracas, en Buenos Aires, pero rápidamente unos tíos decidieron adoptarlos y llevarlos a su casa, en los alrededores de Lincoln, una ciudad bonaerense alejada de la capital. Allí tenían una casa humilde y una especie de zona baja, donde pasaban la mayor parte del tiempo.
El joven Marcio siempre agradeció el gesto de sus tíos, el rescatarlos así como ofrecerles un lugar para vivir. Pero no mantenía una buena relación con ellos. En realidad, siempre intentaba rebuscárselas por sus propios medios. Era un chico reservado, difícil de tratar, que vivía con lo justo mientras prestaba ayuda a sus hermanos.
En cuanto a lo íntimo, Marcio guardaba rencor para con sus padres. Nunca había entendido por qué lo abandonaron y ese disgusto se agrandó con el pasar del tiempo. Siempre quería saber más, pero sus tíos eran la única fuente de datos y, por razones que desconocía, ellos preferían no ahondar en el asunto.
Cuando su situación económica mejoró (había conseguido trabajo en una tienda de ropa, ubicada en el centro de la ciudad), el chico comenzó a viajar seguido a Capital, en búsqueda de información sobre sus padres. Se rumoreaba que habían muerto en un accidente. Sin embargo él no estaba convencido de esa hipótesis, así que consultaba sin cesar a sus conocidos del barrio.
Poco a poco, descubrió distintos hechos que lo ayudaron a construir la única verdad: su madre había fallecido en el famoso accidente, pero su padre aún vivía. Según pudo saber, el hombre de unos 45 años residía en Claypole, una localidad del sur del conurbano bonaerense.
No muy ilusionado, pero con alguna esperanza dándole vueltas, Marcio inició la primera visita a la supuesta casa de su padre. Con sorpresa y cierto rechazo, Alberto recibió a su hijo. Varios sentimientos perdidos se reencontraron en aquel portón. Aun así, y argumentando que se iba a trabajar en unas horas, el hombre no dio demasiadas explicaciones sobre su ausencia. Marcio debió retornar a Lincoln, donde estuvo reflexionando un par de días, hasta el próximo encuentro.
No hubo arrepentimiento que valiera. El joven era determinante en sus decisiones. Y ésta, la última (la más importante), no sería la excepción. La acumulación de sentimientos negativos hacia su padre lo llevó a un acto violento e irreversible. El sábado siguiente fue a visitarlo.
Luego de unos veinte minutos de charla fingida, Marcio tomó un cuchillo del cajón y, en un arrebato de ira, apuñaló a su progenitor. Con cierta satisfacción en su rostro, dejó tendido al hombre en el piso. De inmediato se retiró del lugar, con una frialdad propia de tantas preguntas sin respuesta, tanto rencor, tanta tristeza contenida.

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