lunes, 30 de mayo de 2011

A su memoria

Por Enzo Verón
Taller de Comprensión y Producción de Textos I


Luciano debió soportar el maltrato más aberrante, ese que, además de físico, se colisionaba contra su libertad de palabra, contra la capacidad de expresar sus ideas. Y aunque solo, en aquel recinto de dimensiones sumamente reducidas, se encontraba acompañado por otros tantos jóvenes, ubicados en las oscuras habitaciones contiguas.
Se trató de un golpe a sus ansias de cambio, una puñalada en el corazón de aquellos quienes, sin muchas herramientas, emprendían la construcción de una vida nueva para todos.
Y aun sin saber qué sería de su futuro y del de los demás, se mantenía en pie, pero sólo de espíritu. La picana, los golpes de puño, las patadas y palazos no le permitían ya erguir sus piernas ni mucho menos mantenerlas firmes.
El hambre era constante. Su mala alimentación se dejaba ver claramente en sus músculos, enflaquecidos casi hasta creer, a quien lo contemplase, que no tenía materia.
Sin dudas, no le pertenecía su destino a esa altura, cuando su única garantía de seguir viviendo era mantenerse despierto. De otra forma, no tenía la certeza de despertar de nuevo.
En estas condiciones la vida se convierte en la muerte misma. Y por ello es que se permitió cerrar sus ojos para nunca más abrirlos.
Pero al cerrar los suyos, y al existir tantos otros con su mismo destino, se abrieron los de millones en aquel lugar, en aquella tierra tantas veces castigada por la perversidad de algunos, por la incapacidad de otros.
Y de repente, se respiraron aires de venganza. Aquella que cuando se realiza ante un tirano, y por parte de un inocente, se transforma, se convierte en justicia.
A pesar de no ser fácil de llevar a cabo, hubo mucha gente que peleó por la memoria de los lucianos de aquel episodio. La lucha sigue vigente, y estos justicieros cuentan con el apoyo de los buenos.

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