lunes, 30 de mayo de 2011

El Ahorcado

Por Francisco Álvarez
Taller de Comprensión y Producción de Textos I


Hace un largo tiempo, un gaucho de origen correntino tomó el cargo de puestero de la estancia “La Cheroga”. Acompañado de su familia, ocupó la casa brindada por los patrones.
Este paisano, trabajador y bondadoso, nunca imaginó que ese trabajo lo llevaría camino a la perdición.
El primer mes, todo llevaba su cauce normal. Despertaba temprano, tomaba sus mates, ensillaba su yegua rocilla y emprendía su recorrida habitual para revisar que se encuentre el campo en orden.
Los días pasaban, y se comenzó a notar un cambio en la personalidad y en las actitudes del gaucho Fernández. Evidenciaba un cierto nivel de agresividad para con su familia y sus compañeros de trabajo, no podía dormir con normalidad y se lo veía muy solitario.
El tiempo corría y este buen hombre emporaba. A esto se le sumaban los gritos que oía cada noche. La locura se estaba adueñando de su humanidad. Golpeaba a su mujer, explotaba a sus hijos. Ya no era la misma persona que había llegado de la Mesopotamia, con la idea de trabajar y establecerse con su familia. Se había convertido en un ser vil, dominado por una locura letal y una agresividad brutal.
El sufrimiento aumentaba, desgarradores gritos seguían siendo oídos por él. Hasta que harto de padecer este mal tan incomprensible, la transformación fue completa: perdió todo control de si, y ninguno de los grandes valores que antes lo destacaban, eran ahora visibles
Pasaron varios días sin que Fernández se presente a trabajar, y sin avisar su ausencia. Preocupado, el encargado, el señor Banister, se acercó hasta el puesto para averiguar que estaba pensando. Antes de golpear la puerta, un olor putrefacto le hizo imaginar lo peor, y no estaba equivocado. Entró y vio los cuerpos mutilados de la familia Fernández. Sobre el techo, colgado, el cuerpo de su peón.
La historia se había repetido. Una vez más, el espíritu del “ahorcado” había matado una familia.

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