martes, 31 de agosto de 2010

Como burla de la justicia o venganza del destino

Por Tomás Vicel
Taller de Comprensión y Producción de Textos II
Año 2010



Emma respondió algunas preguntas de policías, que, tan conmovidos por el hecho como ella no indagaron demasiado. La trataron con la distancia con la que trataban a las mujeres violentadas, como si tuviera parte de la culpa. Este trato le dio a Emma, o a su ajusticiamiento mayor validez. Al menos así lo creyó.
Sus días en la fábrica la ponían en peligro, exponerse diariamente a esa realidad podía hacer trastabillar su firme convicción.
Conciente de esto y, bajo el pretexto del mal recuerdo, se alejó. Consiguió rápidamente trabajo en otra fábrica que la separaba, al menos físicamente, de aquel recuerdo y recapituló su vida. Retomó el apellido Maier, legado de su padre, como proclama de que la justicia había sido hecha y continuó su yugar de obrera por años.
En agosto de 1928 un paquete llegó a la pensión de donde residía. Estaba rotulado como “pertenencias de Manuel Maier” y contenía como objetos de valor un reloj a cuerda, una brocha de barbero, un peine y varios sobres. Emma solo se interesó por los sobres a los que tomó entre sus manos y se quedó contemplando durante minutos. Pasada la sorpresa decidió abrirlos, muchos eran para ella, profesando el cariño del padre, lamentando la ausencia, esperando el reencuentro, otros eran para ex compañeros a los que Manuel recordaba de su infancia. Emma tomó la última carta fechada el 10 de enero de 1922, cuatro días antes de la muerte de su padre, se le antojó la más importante. Comenzó a leerla.
En la carta Manuel Maier se confesaba culpable, contaba al detalle como habían planeado el robo junto a Loewenthal pero éste, guiado tal vez por sus temores teológicos había abandonado la empresa dejándolo solo.
Emma soltó la carta y se quedo pensando por minutos, luego la recogió y la rompió con sus manos como hiciera también con aquella que le anunciaba el deceso de su padre.
La confesión del padre caló hondo en Emma, vivió dos años contrariada, errante, silenciosa, sin ya ningún propósito. Aquella sensación de justicia se volvía ahora en su contra.
En septiembre de 1930 salió de una farmacia de Palermo, llevaba en sus manos las monedas del vuelto, y un frasco de vidrio marrón con una etiqueta que ya conocía, Veronal.

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