lunes, 30 de agosto de 2010

El escritor comprometido y el barro

Por Ana Jouli
Taller de Comprensión y Producción de Textos II
Año 2010

En griego, la palabra poética significa Acción. Este sencillo dato estimológico sirve para introducir una característica fundamental de los escritores comprometidos con la realidad social: la capacidad de sacarse los zapatos lustrados de la elite intelectual para animarse a hundir los pies en el barro el conflicto, de las luchas por el pan, sí, pero también por el nombre, la identidad que la obra de arte debe plasmar y construir ética y estéticamente.
Los argentinos tenemos ejemplos de experiencias valiosas en el campo de la escritura comprometida, especialmente en el caso de creadores que cambiaron su búsqueda artística con la militancia política por la justicia social para su pueblo, al que las élites literarias han sabido mirar despectivamente, con el desasosiego de no ver en esas muchedumbres las vestimentas y los modelos afectados de los europeos (rasgos que, luego de que la segunda guerra mundial traspasara la hegemonía económica y cultural a Estados Unidos, se convirtieron en glamour hollywoodense y fascinación por la tecnología).
La caracterización del escritor comprometido no puede eludir la inclinación práctica y social de sus experimentos estéticos, como bien muestran aquellos casos de literatos que exponían en sus obras fieles retratos del campo o la ciudad argentinos, pero se quedaban a medio camino, pues sus aportes al realismo no se traducían en una lucha por las reivindicaciones populares que corregirían las miserias descriptas con tanta precisión de adjetivos y verbos “criollos”.
Entre los ejemplos a los que aludí anteriormente se encuentran hombres que llevaron a la tinta la voz del pueblo oprimido por la última dictadura militar; ellos fueron Francisco “Paco” Urondo, Haroldo Conti y Rodolfo Walsh. Ellos supieron hablar de la gente en las cales y lo hicieron desde las calles. Fue así como también, por hablar de los fusiles que apuntaban a los trabajadores en lucha, murieron acribillados o desaparecidos. No es que el compromiso implique la entrega a las fauces de la muerte, pero sucede que ciertas coyunturas políticas exigen una fuerza de espíritu que pocos alcanzan.
Un escritor que pretenda una creación sincera y transformadora no podrá subirse al escritorio cuando el barro de la historia entre violentamente en su despacho. No, deberá hacer como hacen y han hecho los artistas que oyen a la gente y no se tapan la nariz cuando el olor de la injusticia seca la tinta de sus hojas. El escritor comprometido halla su fuerza creadora en la Poética de la Acción y se para en medio de la muchedumbre para traducir sus gritos en bellos cantos de lucha.

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