lunes, 30 de agosto de 2010

Un caso muy particular

Por Valeria Ilardo
Taller de Comprensión y Producción de Textos II
Año 2010

La tarea de un policía es muy complicada. Debe enfrentarse con casos muy diversos entre sí, aceptar las críticas y órdenes de sus superiores, atravesar situaciones peligrosas.
El caso de la desaparición del cuerpo de Eva Perón era un tema serio, implicaba mucha responsabilidad para mí. Entender el porqué, evaluando todas las pistas que me permitan resolverlo se había convertido en un desafío personal.
Los indicios que tuve en un principio eran confusos y no me llevaron a ningún lugar seguro. De a poco logré conseguir contactos confiables que me ayudaron a seguir el camino correcto para hallarlo.
Mi trabajo implicaba viajar de un lugar a otro. Por fuentes certeras descubrí que quien lo había robado era un hombre que se hacía llamar coronel. Estaba al tanto que lo estaba buscando. Por esa razón no se quedaba en un mismo lugar por mucho tiempo. El cuerpo de Eva viajaba con él.
Pasé horas sin dormir pensando, imaginando, recreando cada paso del coronel. Siempre estuve cerca de atraparlo, pero todas las veces fue así: cerca. Me sentía frustrado. Nunca había tenido un caso tan complicado e importante al ser la víctima una persona destacada, querida y odiada en partes iguales por tanta gente.
Una noche recibí un anónimo de alguien que confesaba ser partícipe de la desaparición del cuerpo. Estaba asustado. Sabía que estaba entrando en la Historia y por eso decidió dar ese paso tan definitivo. No le importaba morir por esa causa. De esa manera, cobarde, escondido en el anonimato, me indicaba el camino que debía seguir para resolver el caso finalmente.
Al principio dudé. Era extraño recibir tantos detalles del lugar donde estaba el cuerpo embalsamado. Finalmente me arriesgué y acudí al lugar indicado.
El sitio que señalaba el arrepentido estaba en el último piso de un edificio alto. Era un lugar silencioso, solitario y oscuro. Según mi informante allí estaba el coronel y sobre su armario el cuerpo de Eva cubierto con una lona.
En el ascensor imaginé la situación, pensé qué decir y responder. Evalué mis pasos y hasta memoricé una posible sentencia. Pero cuando encontré la oficina todos mis planes se convirtieron en fantasías de ensueño, la ansiedad rompió todos mis esquemas.
Entré abruptamente. Encontré un hombre dormido sobre un sillón. Podría decir que estaba borracho por el vaso de wisky volcado a un costado de la botella vacía. Concentré la mirada en el mueble que estaba en un rincón. Silenciosamente, me acerqué. Había un cajón con las descripciones detalladas en el anónimo. Logré acercarme pero temía que mis nervios arruinaran todo; me temblaban las piernas y las manos sudadas harían que cualquier objeto se resbale. Después de tanto tiempo estaba a punto de descubrir si ese cajón contenía lo que busqué tanto tiempo.

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