martes, 31 de agosto de 2010

Víspera de una noche agitada

Por Juan Cruz Vitale
Taller de Comprensión y Producción de Textos II
Año 2010


Era temprano para cenar, pera aún así el Coronel y el Capitán estaban sentados en el comedor del cuartel. El cocinero los miraba con algo de nerviosismo, pues estaban esperando la comida y él no la tenía lista. Pero el gastronómico no sabía que ellos no le daban mayor importancia a la situación.
Todo era silencio, sólo se escuchaba el murmullo de los uniformados y de vez en cuando el ruido de alguna cacerola que se cerraba. No volaba ni una mosca.
De repente y con un portazo entró el Mayor X a la sala. Tomó asiento a la izquierda del Coronel, sin antes, llevando su mano a la frente, saludarlo. El Coronel lo notó y sospechó que algo pasaba, pero siguiendo con su trabajo pasó por alto el momento.
A las ocho en punto los comensales degustaron su cena. En un clima más distendido los tres reían a carcajadas. Hablaban de un recluta medio tonto, que a diario cometía torpezas en los ejercicios de entrenamiento.
Una vez satisfechos salieron a fumar al patio, y se colocaron cerca del mástil, que ya no lucía su bandera. El Coronel sacó un habano y ofreció a sus pares, pero estos se negaron y sacaron sus cigarros. Hubo unos minutos de silencio.
El Mayor X miró al Coronel como asintiendo y le dijo: estamos preparados. Su camarada asintió con la cabeza y contestó: preparemos las cosas y alistémonos, el móvil está por llegar.
Cada uno tomó su rumbo.
Diez y cuarenta. Los tres otra vez estaban reunidos en el patio de armas, pero esta vez con sus caras un poco nerviosas. Sólo el Capitán N fumaba esta vez. El Mayor y el Coronel sostenían una camilla, y cada uno llevaba su mochila de combate.
Un auto verde se acercó, uno de esos Falcon que el ejército usa para trasladar superiores. Una de las ventanillas traseras se bajó, y el Coronel se acercó. Era alguno de los altos rangos de la fuerza aérea. Dio algunas indicaciones y tras algunos gestos de su mano, el coche partió.
Ni bien se fue el Falcon, una camioneta con caja cerrada arribó al lugar. Los tres militares realizaron la venia y subieron al coche. Fue todo lo que pasó esa noche en el cuartel.
La mañana siguiente el cocinero llegó al comedor como todos los días. Esta vez los comensales de la noche anterior no estaban, pero igual reinaba el silencio. Un televisor en el fondo de la sala no dejaba de emitir una voz que repetía siempre lo mismo: ¡el cuerpo de Eva ha desaparecido!



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