martes, 31 de agosto de 2010

Periodismo objetivo o periodismo con objetivos

Por Carla E. Rojkind
Taller de Comprensión y Producción de Textos II
Año 2010


El 7 de junio de 1810 comenzó a publicarse La Gazeta de Buenos Aires. Fundada por el secretario de la Primera Junta, Mariano Moreno, y dirigida por él mismo, Manuel Belgrano y Juan José Castelli, La Gazeta… fue pensada como un órgano de difusión de los principios que inspiraron la Revolución de Mayo. En 1811, el periódico nombró a Pedro José Agrelo como nuevo director y le asignó un sueldo, hecho que lo convirtió en uno de los primeros argentinos que cobraba por su trabajo intelectual, transformando una actividad que, en su caso, era sobre todo de divulgación ideológica y jurídica, en una auténtica práctica profesional, en el sentido estricto de la palabra.
El mismo nacimiento de La Gazeta… y sus vicisitudes posteriores (las luchas internas del gobierno, reflejadas en los diversos cambios en la dirección del periódico, y su final, cuando Bernardino Rivadavia decidió cerrarla debido a las disputas ideológicas entre Bernardo de Montecarlo y Vicente Pazos Silva, ambos redactores de la publicación) demuestran claramente la relación e interdependencia que existió entre la historia política e institucional del país y las características de su periodismo.
Desde entonces, la actividad periodística argentina se ramificó, constituyendo un importante e imprescindible espacio de lucha política y social, que no se conformó con la prensa gráfica, sino que aspiró a ocupar los medios radiofónicos, televisivos y, más recientemente, el ciberespacio. Y lo consiguió con formidable éxito. Quién pondría en tela de juicio que nuestros medios, y digo nuestros porque no serían nada ni tendrían propósito alguno si no contaran con todo un pueblo que los apropia (en términos simbólicos, no materiales), son los grandes formadores de las corrientes de pensamiento y opinión que nos definen ideológicamente y nos posicionan en el lugar desde donde actuamos y nos formamos como ciudadanos argentinos.
El periodismo, tan cuestionado hoy en día, genera sentimientos encontrados de amor y odio. Están quienes lo defenestran y quienes lo alaban, pero todos ellos se despliegan con todas sus armas en esa arena de lucha que difícilmente puede ser tan objetiva como muchos predican que es o debería ser. Como lo expresa perfectamente José Ignacio López Vigil, periodista dedicado al periodismo comunitario en toda América Latina: “Ni el arte por el arte, ni la información por la información. Buscamos informar para inconformar, para sacudir las comodidades de aquellos a quienes les sobra y para remover la pasividad de aquellos a quienes les falta. Las noticias, bien trabajadas, aún sin opinión explícita, sensibilizan sobre estos graves problemas y mueven voluntades para resolverlos.”
Todas las personas somos actores políticos, tan pronto como forjamos ideas acerca de lo que sea que nos interesa, tan rápido como construimos una opinión que materializamos, que intentamos que se impregne en otros. Todas nuestras acciones tienen sus consecuencias, y no podemos ser ajenos a esto cuando tomamos tal o cual camino. Por eso, la objetividad es fácil de cuestionar, no así el compromiso y la responsabilidad social, más aún la de esas personas que llegan, gracias a un micrófono o un titular, a millones de argentinos y son los encargados de sepultar o erigir los temas que recorren de boca en boca el país.
Es imposible que cualquiera de estos periodistas, o de nosotros, pueda separarse de esas ideas que los definen, aunque lo intenten sinceramente. Es por este motivo que resulta casi inconcebible hablar de un periodismo objetivo. Lo que realmente importa es la honestidad, para con uno mismo y para con los demás, pues, llegada la hora de tomar una posición, todos nos merecemos saber lo más posible acerca del lugar desde donde nos vamos a parar para defendernos.
Los medios de comunicación han logrado a lo largo de la historia ayudar a levantar partidos como un mago hace aparecer un conejo de una galera; han servido también a derrocar gobiernos democráticos mediante campañas de ocultamiento y mentiras; han logrado penetrar con absoluto consentimiento en las casas de todos y atravesar cada espacio de la vida cotidiana; son los encargados de difundir conocimientos que de otra manera no podrían saberse; y son, ante todo, los terrenos de disputa de un poder que se les ha dado (y que algunos han apropiado, esta vez sí en un término material del concepto) al mismo tiempo que ellos mismos se han convertido en ese objeto poderoso, idealizado como ángel o demonio, pero inconfundiblemente determinante para el desenvolvimiento político del país.
Esto no pudo obviamente conseguirse de manera “objetiva”. Aquí están presentes, sin lugar a dudas, las ideologías de cada uno de los que empuñan la espada de la palabra, los intereses de este titán por el que pelean, las ansias de conseguir ganancias, y muchos más factores que se nos escapan del entendimiento seguramente. Si esto no es participación política, si no subjetiva al menos tampoco objetiva, con fines claros, definitoria pero no definitiva, determinante aunque no determinada, entonces ¿qué es?

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