lunes, 30 de agosto de 2010

Aguafuerte

Por Santiago Apodaca
Taller de Comprensión y Producción de Textos II
Año 2010

Cuando salí de mi casa era muy temprano, tanto que el sol no había asomado. Caminé hasta la cochera para buscar el auto y emprender el viaje hacia el pueblo donde mi padre se había criado.
Tenía todo preparado, me había equipado como corresponde para semejante viaje. Llevaba la computadora, mi celular, un reproductor de música digital y, por supuesto, el GPS.
Apenas había recorrido los primeros kilómetros cuando el sol empezó a verse en el horizonte, había logrado dejar la ciudad antes de la hora pico, ahorrando tiempo de viaje.
Luego de varias horas al volante, envuelto en el paisaje agreste, empezaba a sentir esas sensaciones que a uno lo invaden cuando está de vacaciones, esa inexplicable relajación y paz interior.
Todo marchaba muy bien hasta que se presentó el primer imprevisto. Fue el comienzo de una cadena interminable de inconvenientes. Primero falló el GPS, perdió señal y no la recuperó más. Me detuve para comer algo y preguntar qué camino debía seguir. La comida resultó intragable, la atención pésima y nadie supo indicarme correctamente la ruta para llegar a destino. Para colmo de males, increíblemente, el restaurante en el que estaba no tenía wi-fi por lo que la notebook se transformó de inmediato en un objeto obsoleto.
Decidí reanudar el viaje tratando de encontrar una estación de servicio ya que pronto en el tablero del auto se prendería el indicador de falta de combustible. Inútil, luego de varios kilómetros el auto se detuvo. Estaba en el medio de la nada, literalmente.
Como no podía ser de otra manera, el teléfono celular no tenía señal, convirtiéndose en otro objeto obsoleto, al igual que el auto sin nafta y la computadora personal sin internet.
Al caer la noche decidí esperar en el coche a que alguien pasara, algo que nunca sucedió. Al amanecer empecé a caminar esperando encontrar quien pudiera auxiliarme. Llegué a un pequeño pueblo sobre a ruta. Me dijeron que allí nadie tenía auto, que la única manera de salir del pueblo era con un colectivo que pasaba una vez al mes, pero ya había pasado ayer.
Pasé muchos días en ese pueblo, sin TV, internet, agua corriente, electricidad ni ninguna de las comodidades que nos brinda la ciudad.

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