martes, 7 de septiembre de 2010

Bendita paciencia

Por Florencia Zelaya
Taller de Comprensión y Producción de Textos I
Año 2010


Recién se despertaba el día y el sol comenzaba a asomarse para irradiar con su luz. Algunos comerciantes empezaban a levantar las persianas de sus negocios y las madres preparaban a sus hijos para ir al colegio.
Con el correr de los minutos, comenzaba a notarse algo inusual en la ciudad. La avenida principal parecía un camino de hormigas y estaba por iniciarse una fuerte lluvia. El sonido constante de las bocinas acompañaba la interminable cola de autos.
Los vecinos que vivían en los edificios, que rodeaban a la avenida principal, se asomaban a las ventanas con evidentes caras de mal humor, debido a un posible sobresalto ocasionado por los ruidos.
- ¡Estos hijos de puta piensan que son los únicos acá! –dijo desde su auto un hombre vestido con traje y corbata. –Claro, ellos no quieren trabajar y no dejan que los demás lo hagan. Mirá José –le dijo a su acompañante-, ya estamos llegando diez minutos tarde a la reunión por culpa de estos muertos de hambre.
- Piensan que nuestro tiempo vale tan poco como el de ellos –agregó José-. Estos por no trabajar un día pierden dos mangos, que es casi todo lo que ganan. No se ponen en el lugar de gente como nosotros, que por diez minutos podemos perder miles de pesos- insistió.
Mientras estos dos hombres recibían constantes llamadas y mensajes de textos en sus celulares se escuchó desde un megáfono:
- No podemos seguir trabajando en estas condiciones. Nos hacen trabajar doce horas diarias y nos deben meses de salario.
La voz continuó con su discurso:
- Compañeros, acompáñennos en esta lucha, lucha del pueblo, de trabajadores como nosotros.
Al terminar dichas palabras, más de una decena de bombos se hicieron escuchar casi tan fuerte como los bocinazos e insultos de los automovilistas.
El hombre del megáfono volvió a alzar la voz una vez más:
- Le pedimos disculpas a ustedes, a los que estamos retrasando, que son trabajadores como nosotros, pero lamentablemente esta es la única forma que tenemos para que nos escuchen. –Y finalmente agregó - como todos ustedes, somos capaces de hacer cualquier cosa por nuestra dignidad y nuestra familia.
El hombre del auto le comentó a su compañero José:
- ¿De qué dignidad habla éste? Si por dos mangos es capaz de bailar desnudo. ¡Qué se deje de joder y nos deje tranquilos a los que sí queremos trabajar!
José se rió por el comentario y miró la hora. Aproximadamente veinte minutos mas tarde, el tránsito volvió a normalizarse y todo volvió a ser como un día más en la ciudad.

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