miércoles, 29 de septiembre de 2010

Cuarto oscuro

Por Julieta Paús
Taller de Comprensión y Producción de Textos II
Año 2010


Luego de su llamado, la justicia optó por investigar cada paso del delito. Emma Zunz no logró una voz intensa para la credibilidad absoluta.
Eran las últimas horas del día cuando comenzaron a aparecer proebas que jamás creía que existían. Conocía los movimientos, los secretos, su seriedad. ¿Cómo se le pudo escapar?
Tras su viaje en un Lacroze pensó correctamente, con insistencia e inseguridad, el placer que lograría luego de la victoria y justicia. Por ello, nada de lo que estaba sucediendo había atravesado su asco, temor y tristeza.
Ahogada en la incertidumbre, nadando en un mar desconocido, se trasladaba a la orilla con claridad. La luz del amanecer coronaba en los altos de la fábrica junto con trajes negros en hombres serios quienes luego de transitar el lugar y sus máquinas, comenzaron a interrogar.
Varias respuestas inconclusas, algunas dichas tres veces sin concordancia, otras que sólo eran silencios, movimientos de cabeza, gestos. Simulaban un ataque de pánico sólo para evitar confundirse.
Sus manos frías, su piel pálida, su mirada atormentada, una voz retumbante que tartamudeaba. Todos estos rasgos transitaban el interrogatorio que buscaba una trama lógica.
Pasado el mediodía, sin bebida y comida, llegó el gerente de la policía. Sus primeras palabras fueron insultos hacia los incrédulos de sus empleados. Aún no habían cerrado el caso, pero no se rendían.
Buscaron entre los libros de su biblioteca un Biblia forrada con una tela que simulaba ser oro, o tal vez lo era. En una de sus páginas Aarón había marcado un apartado que decía: “Pecado el que ha de tener lazos íntimos sin amor”.
Esa fue la clave, religioso, avaro. Primera prueba. Continuando con la tensión en el cuerpo de la asesina hallaron un pelo de color marrón claro, el cual analizaron.
Las fotos de Lowenthal llegaban al final del mar extenso. Era pelado, sólo prevalecía en él una barba rubia, nada en común con lo encontrado.
Emma mantendría su boca sellada con su propia saliva, se había quedado sin palabras. La venció la realidad, el temor la alteró. Y que así, como en ese contexto confesó: “Ha ocurrido una cosa increíble, maté al Señor Lowenthal, en la fábrica de tejidos Tarbuch, por hacer asesinado a mi padre. Y no corre en mi sangre el arrepentimiento”.

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