miércoles, 22 de septiembre de 2010

Cuando la salida es despertar

Por Paula Yael Pantaleo
Taller de Comprensión y Producción de Textos I
Año 2010


En un momento se encontró sola en un gran sendero verde, tan vivo como el grisáceo del cielo. Corrió y corrió en diferentes velocidades, a veces lento, otras más fuerte. Se detuvo al darse cuenta que no llegaba a ningún lado. Por momentos parecía que era todo de un color. El camino no tenía forma.
Pensó un rato para ver si lograba distinguir cómo salir de ese camino. Las paredes al igual que el piso eran de hierba que jamás había visto antes. Tocó la pared y la sintió rugosa, de textura compleja. Le daba escalofríos cada vez que la tocaba. La fría brisa que traspasaba su cuerpo aumentaba el temblor que le producía. No dejaba de pensar que estaba tan perdida como si estuviese en un laberinto. Como si estuviese no, estaba en un laberinto.
Se percató de eso cuando el camino llegaba a su fin y automáticamente comenzaba otro, perpendicular a éste. Giró su cabeza y vio que este sendero era aún más largo que el que acababa de cruzar. Se empezó a desesperar. A pesar del frío, sus manos transpiraban y el corazón le latía deprisa. Se quería tranquilizar a sí misma y no se creía ni la mitad de las cosas que pensaba para estar bien. Sentía también un cosquilleo en el estomago que siempre sufría cuando la invadía el miedo.
Sabía perfectamente que correr no la ayudaría en nada. Pero tampoco se le ocurría otra cosa mejor que hacer. Lo increíble es que no estaba cansada, aunque su respiración se notaba entrecortada. El camino era más largo, pero no le pareció más largo. Comenzó a llover. Las finas gotas caían en su negro cabello y recorrían su rostro. Era lo que le faltaba. El vestido blanco empezó a embarrarse en el borde y le resultaba cada vez más dificultoso correr a gran velocidad.
Llegó a la punta y nuevamente se encontró con otro sendero que lo cortaba y se extendía a lo largo de varios metros a su izquierda.
Se sentía angustiada. Lloraba acongojada bajo la lluvia. Tenía un nudo en la garganta que le impedía gritar, aunque estaba convencida de que sería en vano ya que suponía que no habría personas a menos de cientos de kilómetros de distancia. Sus lágrimas eran silenciosas por momentos y en otros su llanto era más sentido preguntándose quién la había llevado ahí y porqué no podía salir.
El vacío que sentía en su pecho se hacía cada vez más intenso. Se encontraba sola, atrapada, y perdida. Su mente se ponía totalmente en blanco para ver si su desesperación cesaba. Le era inútil mantenerla así porque segundos después volvía a pensar todas las cosas horribles que la llenaban de espanto.
Siguió lamentando su desdicha y no encontró razón alguna para encontrarse en un inmenso laberinto verde, que la estaba llevando cada vez más rápido a caer en un abismo del que no podría salir.
Es el día de hoy que luego de esa interrupción que sufrió, no soporta ver el color verde. Y odia ponerse vestidos blancos.

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