martes, 7 de septiembre de 2010

Diario de Juan Salvo

Por Agustina Stazzone
Taller de Comprensión y Producción de Textos II
Año 2010


Allí estaba Pablo. Quieto, inmóvil, asustado. Quizás tanto o más que yo, sólo que yo disimulaba esa sensación por Elena, por Martita y también por mí, para intentar transmitirme seguridad. Los dos no supimos bien qué hacer hasta que decidí “romper el hielo”, como suele decirse, y luego de unos segundos en que las dos miradas parecieron haber tenido una especial conexión, lo primero que se me ocurrió preguntarle fue cómo había sobrevivido. Me explicó que su patrón lo había encerrado, como de costumbre, y que eso le había permitido mantenerse a salvo de la mortal nevada. Era increíble como, a pesar de la tristeza y el dolor que transmitía su mirada, todavía buscaba con los ojos algún indicio de vida de su mandamás; aunque supiera que era en vano.
De pronto me di cuenta que quien más miedo tenía de los dos era él: con los ojos efectuaba críticamente una radiografía, o al menos eso intentaba hacer, a mi traje. Enseguida lo tranquilicé contándole cómo lo había llegado a confeccionar, demostrándole así, que era un ser humano, de carne y hueso, y no un ser extraño de otro planeta. Puede parecer extraña esta última explicación pero créanme que allí, en ese momento, bajo esa circunstancia, todo lo era.
No había provisiones, había que salir de allí de algún modo pero sólo había un traje “salvavidas” y era el mío, por lo que lo primero que hicimos fue realizar uno muy similar al que llevaba puesto con las herramientas que aquel lugar nos ofrecía. Calculo que habrán transcurrido dos horas aproximadamente hasta que estuvo listo y logramos salir, y digo “calculo” porque los relojes no funcionaban: se habían parado alrededor de la una de la madrugada. Le propicié al chico algunas indicaciones de lo que todavía quedaba por hacer (ahora, con su ayuda, todo sería más fácil y rápido) y le aseguré que en mi casa estaríamos a salvo, tal como mi apellido lo indicaba.
Más allá de Pablo, no había más rastro de vida por ningún lugar adonde posaba mi mirada. Era increíble ver tanta soledad y muerte en esos lugares en los que hacía un día atrás el miedo, el tráfico y la muchedumbre eran moneda corriente. En ese momento alcancé a comprender la importancia de la sociabilidad y el contacto con otros como factor esencial para la vida de la persona. Tantos años repitiendo los mismo la sociología y recién allí comprendí su real valor.
Lo cierto es que apenas caminamos unos pasos y doblamos la primera esquina, unos extraños seres esperaban por nosotros. No tuvimos tiempo de reaccionar ni de emprender la huída cuando se precipitaron sobre nosotros de la forma más inesperada: solamente accionaron un botón del aparato tan particular que llevaban como estandarte y una luz nos encegueció por completo, alojándonos, en cuestión de segundos, en el mismo mundo pero en un tiempo totalmente distinto. Lo comprendimos al instante: habíamos viajado hacia el futuro.

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