martes, 7 de septiembre de 2010

Nunca más

Por Carolina Cardoso
Taller de Comprensión y Producción de Textos I
Año 2010

Recostado en la silla junto a la mesa, observaba la simpleza del cumpleaños, los niños correteaban entre la gente, los colores brillosos de los globos, la sonrisa de mis hijos y el sol caluroso del mediodía. Mis ochenta años evidentemente eran motivo de festejo, de reunión y sobre todo de encuentro.
Hacía tiempo que todo había terminado, pero era inevitable no recordar mis dieciocho años, el frío abrumador de la noche, el reflejo incandescente del fuego, el olor del cigarrillo y, especialmente, el olor de la pólvora y el molesto ruido de los estallidos. En la trinchera, seis compañeros y yo habitábamos aquel piso de barro. Con una linterna, leía la carta que mi madre me había mandado, era claro notar las arrugas de las hojas como consecuencia de su llanto. Hugo, mi camarada, prendió su encendedor por encima de un chocolate y todos empezaron a entonar el feliz cumpleaños. Nunca podré olvidar aquel apretón de manos heladas ni mucho menos el deseo que pedí cuando sople la “velita”.
- Apaguen la luz- gritaba Helena, mi hija.
Un pastel gigante y decoroso ocupaba la mesa en mi frente, los nenes aplaudían emocionados junto a su abuela que limpiaba de su rostro la caída de algunas lágrimas.
- Pedí un deseo cariño- me dijo mi señora.
Y todos me miraban contentos, todos esperaban que este viejo les cuente en voz alta su anhelo.
Cerré los ojos, apreté mis manos con las de mi mujer y mordiendo mis dientes: “que no se repita nunca más”.

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