miércoles, 1 de septiembre de 2010

Nuestro momento

Por Julián Maidana
Taller de Comprensión y Producción de Textos II
Año 2010

Y de repente me di cuenta quién era mientras miraba mi reflejo en un montón de caras. Éramos tantas personas que no cabíamos en semejante plaza. Algunos se refregaban los pies sobre la fuente de agua ya que la venían pateando de muy lejos. Otros más serios y moderados vestían de traje y sombrero sentados en su mayoría en los bancos, como debe ser. Otros se asomaban curiosos por afuera de la plaza ya sea por tímidos, miedosos y también sospechosos de lo que ocurría, mientras que en oposición llegaban los camiones con la gente colgada de lugares impensados, con los bombos y el reclamo encarnado en cánticos y alaridos. Hay que decir también que algunos pocos - a quienes les encanta su condición de pocos - miraban la muchedumbre por el balcón de las casas, con un aire de desprecio y superioridad sólo por estar más alto que los demás. De todas maneras nadie podía negar que lo que estaba sucediendo fuera algo genuino que no surgió de la nada absoluta sino que siempre habíamos estado. Que sentíamos la necesidad de darnos a conocer por la fuerza.
Yo no conocía, no sabía que podíamos llegar a generar tanto revuelo por nuestros propios medios entre banderas argentinas, pancartas y pañuelos. No creí que éramos capaces y no era el único que lo pensaba. En verdad, estábamos acostumbrados a ser reprimidos, perseguidos por reclamar lo que nos parecía justo y por la indignación de tanta injusticia. Mala aquella costumbre porque nos obligaba a ceder lo que ya no teníamos. ¿Qué se puede dar cuando ya no hay más nada que dar? Pues bien, creo que esta vez finalmente los represores fueron los que huyeron porque no se animaron a tanto barullo. Autoridad que se acerco a poner orden recibió varios tortazos, hay que decirlo la verdad es que no fuimos ningunos santos ese día.
Lo que nunca voy a olvidar es que fue la primera vez, y de ahí para siempre, que pude sentir que mi identidad era la del pueblo trabajador. Un trabajador más de Tolosa que se levantaba todos los días bien temprano, a la madrugada, para tomarme el tren hasta llegar a Constitución y caminar hacia la fabrica, volver por la noche y así ganarme la moneda para ayudar a mi familia, en especial a mis hijos sosteniendo el deseo de que tuvieran un mejor futuro que el mío. Así de simple, y así de esforzado.
Cuando llegó la noche pensamos en que no quedaba otra que tomar la casa. No se podía creer en la terquedad de esos tipos, algo suponíamos que estaban tramando a pesar de que la pueblada no se movía ni un centímetro de la plaza. Pasadas las 6 de la tarde comenzamos a cantar más fuerte. Lo queríamos de vuelta a Perón, ese tipo que nos supo escuchar, entender y ayudar. Finalmente salió al balcón con los brazos bien en alto demostrando que se encontraba bien. Todo lo que fue diciendo después quedo enmarcado en un contrato entre él y los que estábamos acompañándolo. Desde siempre su compromiso con los trabajadores y desde nosotros a trabajar una vez más dignamente bajo una causa nacional y popular.

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