miércoles, 22 de septiembre de 2010

El Féretro

Por Juan Manuel Román
Taller de Comprensión y Producción de Textos I
Año 2010



La bancarrota era inminente. Las casas más baratas no se acercaban a los planes familiares. Una en especial era magnífica. Cinco pisos, escaleras de mármol, viejos y lujosos muebles, librerías repletas de textos antiquísimos. La compra fue inmediata. Ante un precio tan accesible las dudas llovían, pero ante la peor de las pobrezas era la mejor solución.
Por las noches se sentía la soledad, las frías y lejanas ventanas mostraban un bosque extrañamente deshabitado. La belleza de los árboles sólo podía compararse con los paisajes de la ciudad nevada a lo largo. Esa ciudad que tantos conflictos les trajo, los miraba desde el horizonte, una mínima franja de luces y colores brillantes que alucinaban a turistas y viajantes.
Numerosos cuadros colgaban de las paredes, adornados con bronce y telas antiguas. Los mismos fueron retirados al poco tiempo de la llegada. Las noches comenzaron a ser mucho más frías, aún peor, las ventanas rodeadas de hielo y escarcha, quebradizos como las ramas de los árboles caídos por las tormentas que azotaban el bosque.
Constantes ruidos hacían crujir las paredes, alaridos, gemidos de bebés. Evidentemente no provenían del bosque, las dudas las suposiciones los torturaban Un olor a lavanda reinaba en la casa. Provenía de uno de los depósitos del a cocina, por el que se entraba a través de una alacena.
La tentación fue más fuerte, arrastrado por su olfato, recorrió los túneles que conducían alrededor de la casa. Al despertar de ese lapso de confusión vio un intento de ritual, recientemente llevado a cabo, detrás, el cuerpo inerte de un miembro de su familia. Frío y cálido a la vez, la quietud y el silencio lo apoderaron. El aroma a lavanda, ya nocivo, lo contaminaba.
Toda la recámara olía a muerte, pero el hedor particular del féretro le hacía daño. Intentó por todos los medios huir, pero el camino que había utilizado para llegar estaba sellado por más cadáveres en estado de descomposición. La sangre comenzó a ingresar por la grieta de forma agonizante. No había escapatoria. Se encontraba en un cementerio diseñado para él y su integridad. Allí, sufriría como nunca en su vida, su corta vida. No se podía mover. Contemplaba fijamente el cadáver, extendido a lo largo del féretro.

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