martes, 7 de septiembre de 2010

El héroe, todos los héroes

Por Camila Cremonte
Taller de Comprensión y Producción de Textos II
Año 2010

Corría el año 2010, era una mañana nublada y las nubes blancas, espesas y esponjosas avanzaban lentamente sobre el cielo invernal.
Faltaba una hora para el mediodía y también para el almuerzo. En el cielo las personas comenzaban a reunirse y sentarse en grandes mesas de algarrobo sobre las nubes más suaves.
“¿Dónde vamos hoy?” “¿Qué corriente de viento prefieres?” Se oye allí, entre un leve murmullo. Hay mozas, sirvientas, acompañantes, choferes; amargados, contentos, bailarines y pacatos; todos confluyen ahí, como si el karma de aquellos hubiera quedado pendiente para resolver, su vida continúa igual que antes pero en tierra de muertos.
Una mujer acompaña a Jorge Luis Borges hasta una mesa, lo ayuda a sentarse y apoya su bastón sobre el suelo blanco. Borges saluda en general, pero todavía no hay nadie acompañándolo.
Unos minutos después se oye un “Buen día”, al que el escritor no responde porque cree irrespetuoso tan tarde a su saludo. Minutos después llega un joven. Aunque su rostro y manos daban la sensación de que fuera más grande, todavía tenía muecas de juventud; está acompañado por otro hombre, pocos años más grande, pero otro hombre común. Atrás de un General de largas patillas que llega a caballo, se sienta en la mesa una pálida mujer, la única mujer allí.
El almuerzo comienza pero nadie hablaba, nadie se miraba; sólo el Hombre común asomaba sus ojos en cada bocado, parecía como si estuviera sorprendido frente a la mesa que le había tocado ese día.
De pronto el joven levanta la vista, abre grandes sus ojos y comienza a titubear, todos lo miran.
-¿Eres, eres, eres tú?- Su mirada no se movía de los ojos de la mujer.
-Pequeño, no sé quién creerás que soy, pero sí soy Eva Duarte de Perón.
El joven sonríe pero ya no habla, sólo sonríe. Borges deja el tenedor en su plato y fríamente dice si por favor cada uno podía presentarse.
-Creo que ya me anuncié, soy Eva.
-Y yo me llamo Anselmo- contesta rápidamente el joven.
-Pues aquí estoy yo, Juan Manuel de Rosas- dice el General.
-Me presento, soy Domingo Faustino Sarmiento, al que no ha respondido el saludo- dice mirando seriamente a Borges, que no emitió palabra.
-¿Hay alguien más aquí acompañándonos?- pregunta el ciego intelectual.
-Yo, ya estoy aquí- se escucha.
-¿Y quién es “yo”?- repregunta Jorge.
Yo sólo soy yo, un hombre porteño común.
Se escucharon algunas risas.
-Pero hombre ¿qué es eso de ser común?- pregunta Borges.
-Ser común, normal, no como ustedes que son héroes- responde el hombre común muy convencido y confiado de ser el último orejón del tarro.
-En eso tenés razón, yo soy un héroe, un General, el Restaurador de las Leyes- se ensancha el pecho Rosas- en cada casa, en cada acto y en cada institución colgaba un cuadro mío.
-El pueblo es débil y no está educado frente a la obligación de rendirte culto- afirma Sarmiento.
-Como General nunca he obligado a nadie, sólo he recomendado continuar una línea para el progreso del país- sentencia Rosas y luego sonríe- esos unitarios…-suspira- al fin y al cabo se salieron con la suya, todos los caminos, las rutas y los barcos desembocan en la Capital- y señala hacia la tierra, donde se ve el puente porteño- los hemos perseguido, amenazado, censurado, desterrado, no diré torturado porque es un secreto de Estado- sonríe y guiña su ojo a Sarmiento-. Sin embargo que hoy el puerto no sea federal, me parece lo más correcto, aunque siempre diré “¡Federación o muerte!”.
-¿De qué hablás Manuel? ¡Acá la única heroína es ella, la madre de los descamisados, de los humildes, la defensora del pueblo!- dice el joven Anselmo.
-Te agradezco Anselmo, pero sin ustedes, nuestros combatientes, nosotros no hubiéramos podido salir adelante, ustedes son los héroes del peronismo- dice suavemente Eva, tomando la mano del joven.
-¡Pero Dios santo! Aquí estamos comiendo, ¿podrían no repetir es palabra? Me dan náuseas…- protesta Borges.
-¡Gracias a Perón nunca he leído un libro tuyo! ¡Sos un panqueque, defendiste a la derecha toda tu vida! Y ni te hablo de tu apoyo a la Dictadura porque yo ya no andaba por esas tierras pero lavate la boca antes de hablar del General –dice enfurecido Anselmo que ya estaba a punto de saltar sobre la mesa y caer sobre el escritor.
-Yo soy el único General-protesta Rosas, al cual nadie escuchó.
-Ustedes, ustedes- suspira Borges- el gran error argentino.
-Son unos bárbaros- agrega Sarmiento- son el argentinismo puro, la herencia de los gauchos bárbaros que usurpaban el territorio argentino. Hay que exterminarlos o utilizarlos como soldados o, en su peor defecto, educar a sus críos aunque la sangre es la sangre y ustedes ya no tienen arreglo.
Eva suspira y mueve la cabeza hacia sus lados, como si no quisiera escuchar lo que estaba pasando. Apoya sus frágiles brazos sobre la mesa y se levanta. Camina hacia el borde de la nube y mira hacia abajo, sonríe por lo bajo y cae sobre su mejilla una lágrima, no de tristeza sino de orgullo, de felicidad.
Anselmo se levanta rápidamente y le alcanza un pañuelo. La discusión en la mesa continúa.
-Señora ¿qué pasa? No llore por favor…- ruega casi el joven.
-Tranquilo Anselmo- Eva apoya su mano sobre el rostro del joven como si fuera su madre- Tranquilo que yo ya estoy bien, ya no siento dolor.
-¿Entonces?- pregunta el joven- ¿Por qué llora mi señora?
-Porque estoy contenta hijo mío- y señala hacia la tierra.
Las calles de la capital de Buenos Aires estaban llenas de gente, banderas, tambores, zapatillas gastadas, cantos; todo se vive y se ve desde allí arriba.
-El viento me trajo hasta La Plata y hoy el pueblo está en la calle, no alcanzo a ver o entender por qué se están movilizando, pero allí están, saliendo a la luz, protestando, gritando que algo no les gusta –mira a la mesa, todos miraban hacia las calles en silencio, Eva camina unos pasos hacia el Hombre- ¿Te das cuenta?
El hombre gira sobre sí mismo y mira a Eva.
-¿Si me doy cuenta? ¿De qué?
-Nosotros no somos héroes querido mío, eres tú, son ellos, son el pueblo.
-No señora, usted se está equivocando. Yo aquí conozco a todos, pero nadie a mí. Rosas el héroe de los federales, está en todos los libros de historia; Sarmiento… ¡el padre del aula!; tú, Borges, un genio de la literatura; usted Eva, usted ¡y Anselmo! Que dio su vida por su esposo y por la Argentina- respira hondo- yo sólo soy un hombre que está solo y espera.
-No querido compañero, usted estuvo solo y esperó, es verdad, pero ya no más. Usted es todos aquellos que ya no esperan a un líder que los guíe los saque de su soledad. Ya no más falsas esperanzas. Usted es ellos y ellos son usted, son el pueblo, son un héroe colectivo.
Las nubes comienzan a agruparse y teñirse de color gris, la mesa se hace agua; Borges, Rosas, Sarmiento, Eva, Anselmo y el Hombre común caen como gotas sobre el pueblo que continúa gritando, cantando y levantando banderas porque todos los héroes individuales forman el héroe colectivo; el héroe, todos los héroes.

2 comentarios:

  1. muy bueno, te felicito. guadalupe

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  2. muy buena redacción y descripción de cada un de los personajes,te re felicito.Marcela

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