miércoles, 1 de septiembre de 2010

Mundos paralelos

Por Omaira Muiños
Taller de Comprensión y Producción de Textos II
Año 2010

En un pueblo muy, muy lejano, cerca de la montaña vivía un joven triste al que le desagradaba su familia. Su padre, un hombre de “ciudad” se había enfermado debido a la contaminación ambiental y su adicción al cigarrillo. El médico lo había alertado sobre la condición de sus pulmones, mientras que su mujer le aseguró que si no comenzaba a cuidarse se iría junto con su hijo de pocos meses, ya que no quería verlo morir. Por eso se mudó a un lugar donde el aire realmente era respirable, dejó de fumar y aprendió a disfrutar de una vida sin estrés. Se fue con su mujer y su pequeño hijo, jurando no volver a pisar aquel horrible lugar.
Así fue que Luca, el hijo del matrimonio venido de la gran ciudad, pasó 17 años “encerrado” en el ambiente más abierto y espacioso que cualquiera pueda imaginar, pero sintiéndose ahogado y soñando con viajar a un lugar donde el silencio sea inexistente y aterrador.
Desde su cumpleaños número 12, había estado ahorrando las pocas monedas que conseguía o su padre se dignaba a darle. El día que cumplió 18 años, les informó a sus padres que se iría a Buenos Aires.
A la mañana siguiente se fue a la ciudad más cercana, que no tenía muchas diferencias con su pueblo de origen, compró el pasaje del micro, se sentó en su asiento y cerró por completo sus ojos, quería volver a abrirlos en el preciso instante en que tuviera que bajar del micro. Después de 14 horas llegó a Buenos Aires, bajó y lo único que pudo ver eran las luces, la impresionante cantidad de luces.
Comenzó a caminar, esquivando gente y cuidándose de las baldosas flojas que al ser pisadas con fuerza disparan pequeños chorros de agua sucia. Consultando su mapa, decidió conocer en primer lugar el Obelisco. Bajó al subte, se maravilló con la rapidez con que la gente se movía y cómo parecía que nadie sabía que al lado había otra persona, igual o al menos en la misma situación de estar apurado. Llegó a su parada y salió a la superficie: la famosa 9 de Julio era enorme, el movimiento era constante. Las caras en las personas eran muy tristes pero en él era la absoluta felicidad, por fin había llegado a cumplir su sueño.
Recorrió Corrientes con sus teatros y marquesinas, visitó librerías que ofrecían la más amplia variedad de temas hasta en esas horas tardías del día.
Estuvo toda la noche despierto, tratando de aprovechar hasta el último momento de la gran noche porteña. Amaneció y la actividad recomenzó con su característica de inmediatez, comió un sándwich en un bar junto con un café, asociación que jamás se le hubiera ocurrido en su pueblo y disfrutó de un espléndido día de sol.
Al acercarse la noche, buscó un lugar donde dormir, su cuerpo pedía a gritos una cama y la tranquilidad del sueño. Consiguió un lugar económico donde quedarse, la higiene no era un atractivo del lugar pero era lo mejor que podía pagar. Se tiró en la cama como si fuese la mejor pileta y disfrutó de la colchoneta que tenía por colchón sin quejarse. Cerró sus ojos y se dispuso a dormir. Sin embargo la ciudad no frenaba, por lo tanto no dormía y los ruidos llegaban a él como pequeñas fiestas en su cabeza generándole un gran malestar y una fuerte migraña.
A la mañana siguiente, sin haber podido pegar un ojo se dispuso a seguir su recorrido. Las ojeras mostraban lo peor de su semblante, estaba seguro que si se cruzaba con un conocido éste no lo reconocería, ya que él mismo casi no se reconoció en el espejo.
Así vivió su primera semana en la capital del país, sin dormir, con poca comida y sin ninguna cara familiar que lo salude. Contando los pocos pesos que le quedaban se dio cuenta que tenía lo justo para un pasaje de vuelta a casa.
Derrotado por la vida de ciudad decidió que era hora de volver y reconocer que su padre había hecho lo mejor cuando se marchó de ese infierno. Comenzó a caminar hacia la plaza de Retiro donde se quedaría hasta poder subir al colectivo. Al llegar, cansado de tanto andar se sentó un banco mientras rompía su fortaleza con un llanto silencio que no combinaba con la ruidosa ciudad. De repente se le acerco un joven de unos 15 años y le preguntó que le pasaba, Luca lo observó y vio una increíble sonrisa en la cara del muchacho, esto lo reanimó y le contó todo lo que le había sucedido. El joven lo acompaño hasta la terminal diciéndole que la ciudad no era fácil y que lo mejor que podía hacer era volver y disfrutar de su familia. Al llegar a la puerta de la terminal los jóvenes se abrazaron, Luca estaba feliz de haber encontrado bondad en la terrible ciudad, sin embargo el muchacho no era lo que él creía…
Se separaron y Luca se fue derecho a la ventanilla, pidió su pasaje y buscó su billetera en el pantalón. Pero al buscar se encontró con su bolsillo vació y enseguida supo lo que le había ocurrido: el joven que tanta esperanza le había dado, en realidad le estaba robando. Desesperado le relató lo sucedido al hombre de la ventanilla. Éste lo observó con cara cansina y sin demostrar mucha sorpresa le dijo que se dirija a la policía pero le advirtió que no se haga muchas esperanzas de recuperar el dinero. Abatido y desesperado reanudó su caminata hacía ningún lugar. Pronto se topó con las vías del tren y en cuanto escuchó el sonido de aviso de la locomotora supo que hacer. Terminaría con su sufrimiento y evitaría ser el hazme reír del pueblo. Nunca tendría que reconocerle a su padre, la derrota sufrida en Buenos Aires.

No hay comentarios:

Publicar un comentario