miércoles, 22 de septiembre de 2010

Las primeras nociones de practicidad

Por Paula Ercoli
Taller de comprensión y producción de Textos II
Año 2010

¿Quién anda ahí? Volví a preguntar, pero esta vez con la voz un poco más temblorosa. Tomé el arma con más fuerza aún e intenté afilar mi ojo para que la puntería se reflejara en el próximo tiro que la escopeta haría resonar en tan sólo tres segundos.
Conté en voz alta: “¡uno, dos, tres!”. De repente, una figura pequeña se hizo presente delante de mí. Disparé. Casi de manera simultánea se oyó un ruido hueco que golpeaba con seguridad el piso de madera. Acto seguido: un llanto de desesperación llenó la habitación; un sentimiento espeluznante me rozó y la culpa inconsciente me hizo entender mi gran error.
Sin querer descubrir nada, di veinte pasos hacia atrás dejando la imagen triste y peliculesca que había protagonizado. Me vi partiendo de la casa, la escena se repitió una y otra vez en mi mente. Sin embargo, las palabras que corrían hacia delante y hacia atrás en mi mente decían: “no estamos solos”.
Me reproché a mi mismo haber pensando que no quedaba nadie, sin embargo las sensaciones fugaces se habían esfumado. El único sentimiento que me quedaba era el de la nada. Prácticamente nada. Practicidad, había sido demasiado práctico. Todo había sido un impune acto matemático. Un extremo demasiado ácido. ¿Todo sería así de ahora en adelante? ¿Así de frío? Todo indicaba que sí. Había asesinado a alguien, pero ¿había sido un asesinato o un acto de favor rápido? De una u otra manera, esas personas hubieran muerto, tal vez sólo había apretado el gatillo del inconfundible destino. Al final de toda esta sesión unipersonal moralista, había recolectado todo lo necesario para volver.
De vuelta ya con el resto, el rechazo se hacía presente en cada abrazo. Dejamos secar el traje en el sótano junto al ventilador. Elena me preguntó una cosa tras otra, y mis respuestas se habían resuelto en variadas ocasiones con una negación de cabeza, bastaba con mecerla de lado a lado.
Todo esto era más práctico aún, o yo lo era tal vez. Nunca le había prestado poca atención a las palabras de Elena y cuando mi poco interés era demasiado notorio, opté por pedirle que me dejara solo, quería descansar.
A continuación mis pensamientos: comencé a notar que mi mente se disipaba, y que deseaba regresar a ese pensamiento de nada. ¿Era posible que mi cabeza estuviera mutando, amoldándose a otros modos de ver? ¿De ver qué? Era lo que seguía, nada había ya para ver, excepto miseria. Un extraño en mi cama.
Un extraño al que le sudaban las manos, los pies, la frente. Las pulsaciones se me aceleraban, pero mi cuerpo estaba pasible. Índices de algo nuevo, pero ajeno a todo lo que permanecía escaleras abajo. Miré la lamparita de la luz que venía distrayendo mis ojos y los había llevado casi a un estado hipnótico. La miré fuerte, con todas las ansias de que se apagara. Con furia, con asco.
Tanto impulso en un solo instante que la luz explotó en mil pedazos. Mi asombro despertó mis sentidos otra vez, pero mi mente lo asimiló normalmente. El aparto psíquico se quedó profundamente dormido.

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