lunes, 3 de mayo de 2010

La gratitud a pesar de todo

Por Pablo Pelassini

Taller de Comprensión y Producción de Textos

Tecnicatura Superior Universitaria en Periodismo Deportivo

Año 2010

Luego de ser capturado, Oliver despertó a la tarde siguiente encerrado en el cuarto de paredes oscuras, donde la pandilla de ladrones se reunía todas las noches para cenar. Permaneció una semana sin salir de ahí, muy mal alimentado.

Tras ese tiempo, Fajín ordenó a Pillastre y a Charley Bates que llevaran a Oliver nuevamente a la calle a trabajar, y que lo custodiaran muy de cerca. Sin embargo, cuando Oliver pensó que iban en busca de un “blanco fácil”, huyó tan rápido como pudo. Corrió hasta que sus piernas no pudieron ayudarlo más. Nuevamente solo y a la deriva, pasó la noche en la calle, con la premisa de buscar el señor Brownlow a la mañana siguiente.

Luego de recorrer las calles de Londres toda la mañana, finalmente encontró la casa tan buscada. En ese momento, creyó que de una vez por todas, su suerte podía cambiar. Al tocar la puerta, atendieron el señor Brownlow y la señora Bedwin. Se los veía aliviados e intranquilos.

Sin aguantar un instante, ni siquiera para comer o bañarse, se sentó con los abuelos ancianos y les contó su historia de vida. Los hospicios, el maltrato recibido, Fagin y la pandilla de ladrones, el último secuestro, todo. Las lágrimas de la señora Badwin fueron incuestionables al escuchar un relato tan cruel.

Ante esta revelación, el señor Brownlow fue a su despacho y volvió con el cuadro de la señora tan bella.

El anciano le contó la historia de esa mujer, confesándole que era su hija y que había desaparecido escapando de su esposo, y que había sido hallada agonizando y a punto de parir. Le contaron que ese chiquillo había sido enviado a un hospicio donde lo cuidarían, y que su padre había muerto en una pelea de bar.

El joven no pudo contener su llanto, y sin decir una palabra abrazó a sus abuelos. Comprendió que había encontrado un lugar donde permanecer para siempre y donde lo iban a cuidar y querer.

Con el tiempo, Oliver fue creciendo y se dedicó a cuidar a sus abuelos, cuya salud era muy inestable. Tuvo que dejar su trabajo en la librería para estar con ellos todo el día, sin embargo la muerte de los ancianos llegó.

Oliver, heredero del dinero y del hogar, optó por vender la casa y utilizar todo para poner un hospicio para niños, donde se los cuidara, alimentara y tratara bien. Con tan sólo veinte años, logró construir un lugar repleto de niños que estudiaban, se divertían y crecían.

Oliver pasó su vida en ese lugar, hasta que una cruel enfermedad acabó con él a los cincuenta años. Uno de los jóvenes allí hospedado, se hizo cargo del lugar, donde fueron enterrados los restos del creador, y una enorme estatua suya fue construida en la entrada dándole la bienvenida a todos los niños que necesitaran un hogar.

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