lunes, 10 de mayo de 2010

Miedos

Por Candela Villalibre

Taller de Comprensión y Producción de Textos I

Año 2010

Estar sola y sentir ruidos, pasos o que suene el teléfono suele provocarme inseguridad. Es probable que no atienda a nadie o me encierre en un lugar particular de la casa, como si de esa forma me autoprotegiera.

El silencio, permite que nuestro sentido de audición se agudice a tal punto que el sonido más común como el del motor de la heladera, me provoca tomar una actitud de alerta y me es inevitable mirar a mi alrededor para buscar algún elemento que me ayude en el posible caso que deba defenderme.

La oscuridad me resulta incómoda y confusa. Muchas veces tardo horas en apagar la luz, (no me gusta no poder ver correctamente), pero una vez que lo hago dudo en volver a encenderla, si es que hay algún insecto o alguien cerca es mejor no verlo. Prefiero taparme hasta la cabeza y dormirme a la fuerza para no pensar ni sentir más nada.

Lo que más me preocupa es el desaparecer, dejar de respirar, de escuchar a la gente que quiero, de sentir emociones, caricias. La muerte es inexplicable para mí, aunque mi familia y psicólogos hayan intentado darme distintas razones para poder comprenderla. Pero lo que no puedo es aceptarla.

El terror a morir es muy difícil de arrastrar, porque termina obsesionándome con cada cosa que hago. Influye en mi rutina diaria de manera constante, porque al valorar tanto la vida intento evitar paranoicamente cada circunstancia riesgosa a la que me veo expuesta. En consecuencia, comienzo a confundirme y clasifico cualquier actividad que nunca haya hecho como “peligrosa”.

Las cucarachas y las ratas pueden eliminarse. El silencio se disuelve con música. La oscuridad finaliza con la luz. Pero el morir no tiene solución, nos paraliza eternamente congelando en el tiempo lo que fuimos, lo que quisimos ser. Aunque intentemos, es un problema que pocas veces podemos predecir y otras evitar. La muerte es un colapso interno del que nadie escapa e inesperadamente llega nuestro fin.

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