lunes, 31 de mayo de 2010

Pandora

Por Francisco Paladino

Taller de Comprensión y Producción de Textos I – Tecnicatura en Periodismo Deportivo

2010


Luciana llegó a su casa alrededor de medianoche, el plenario se había hecho más largo de lo habitual y el cansancio ganaba todos los músculos de su cuerpo. El ph que le servía de hogar estaba al fondo de un largo y oscuro pasillo, a menudo poblado por borrachos que le decían guarangadas al pasar. Esa noche no fue la excepción, incluso tuvo que revolear un carterazo para que no se propasaran. -Lo que hay que bancarse por vivir en las afueras- pensó. El olor a encierro que hubiera la noche anterior había desaparecido a costa de dejar todo el día la ventana abierta y, tras cerrarla, prendió las luces y la calefacción. Los borrachos se habían callado y lo único que se escuchaba eran lejanos ladridos. Luciana extrañó a su novio, quien vivía en el interior, y se dispuso a ver televisión esperando que se calentara la comida en el horno. Tuvo que esforzarse para no quedarse dormida en la mecedora que le regaló su abuela, pero afortunadamente Pandora, su gata, le saltó a las piernas en busca de caricias, dándole un impulso para mantenerse despierta. Mientras comía, escuchó cómo Pandora tiraba al suelo y hacía añicos uno de sus perfumes, rompiendo por un instante el sepulcral silencio de la noche. -Gata tonta- pensó- después lo limpiaré-. Sin embargo, el "después" tuvo que apurarse, porque la gata empezó a maullar como si se hubiera lastimado y no paró sino hasta que Luciana se levantó de la mesa. La muchacha se dirigió a la pieza, preocupara por Pandora y pensando en que necesitaba comprar vendas. Sin embargo y para su sorpresa, en el dormitorio no sólo no estaba la gata, sino que el caos parecía haberse adueñado del ambiente. Un horrible escalofrío le recorrió la espalda al pensar que había dejado todo ordenado, y Pandora sola no era capaz de abrir las puertas del ropero. Alguien se había metido en su casa. Dominada por el miedo, quiso usar su celular para pedir ayuda, pero se dio cuenta de que lo había dejado en la cocina y no se animaba a volver. Temblando, se metió corriendo al baño y cerró la puerta con llave. Instintivamente, abrió la cortina para esconderse en la bañera, y no pudo contener un agudo grito cuando encontró a Pandora, colgando de la ducha por la cola y sangrando por el cuello, sin cabeza. Desencajada, Luciana salió del baño llorando y pidiendo ayuda a viva voz, pero se calló cuando vio que había un hombre de pelo negro sentado en la mecedora de su abuela, silbando una canción muy pegadiza y sosteniendo en su mano derecha un hacha ensangrentada.

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