lunes, 3 de mayo de 2010

Vida de un pibe de la calle

Por Alejo Castillo

Taller de Comprensión y Producción de Textos I

Año 2010

La vida es rutina. Mi mamá me despierta bien temprano para que vaya a limpiar parabrisas. Si hay algo para comer, aprovecho la oportunidad, sino, tomo algunos mates y salgo en bici a buscar un lugar libre para laburar en algún transitado cruce de avenidas. Allí es donde más plata se llega a juntar. A veces, me pongo la ropa más rota porque mi vieja dice que así doy más lástima. Es algo feo de contar, pero me propuse hablar sobre mí, y eso es parte de mi realidad.

Cuando llego a la esquina, dejo la bici y espero que venga Alan, mi mejor amigo. La habilidad de Alan es hacer malabares; puede hacer hasta con cinco naranjas.

Estamos ahí riéndonos y hablando de fútbol hasta el mediodía, horario que empezamos a volver para el barrio. Juntamos, por lo general, veinticinco pesos y algunas monedas entre los dos. Siempre repartimos la mitad para cada uno y no discutimos ni hacemos reproches. Eso es principalmente lo que nos une, la confianza del uno por el otro.

Cuando llego a mi casa, mi mamá está mirando tele o cocinando algo. Ella no trabaja, se queda en casa cola desde que murió mi viejo, hace tres años y medio, y de eso sí que no me gusta hablar. Ya que estoy, aprovecho para nombrar a mis hermanos, los dos ya son grandes, tienen mujer e hijos. Supongo que laburan, porque gracias a ellos nos podemos manejar en cuanto a plata y no nos falta nada.

Después de comer algo, si puedo darme la oportunidad, duermo una siestita. La otra opción es volver al semáforo con Alan, pero lo hacemos muy de vez en cuando. Por suerte, nunca tuve la necesidad de robar, ese es un gran consejo que me dio una vez mi viejo. En más de una oportunidad, la policía nos sacó de la esquina y nos llevó a nuestras casas. Sin escucharnos hablar de nuestro sencillo e inocente trabajo.

Otra cosa sobre mí, es que me gusta mirar tele a la tarde, más ahora que puedo ver el partido de mi equipo. Después voy a la escuela nocturna, algo que me olvidé de contar. Allí me divierto escuchando a mis compañeros leer, y admiro a los que sienten la escritura como yo. Cuando vuelvo del cole, como y me acuesto. La jornada suele cansarme, por eso me cuesta dormirme. Así son mis días: los días de Felipe, un joven de once años que vive en La Plata.

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