lunes, 3 de mayo de 2010

Una cruel realidad

Por Mariana Cataldi

Taller de Comprensión y Producción de Textos I

Año 2010

El hecho de tener que hacerse cargo de su vida, sin la contención de su familia, era una situación triste y difícil para ella. Si bien las esperanzas de que todo mejorara no desaparecían, a medida que pasó el tiempo, las cosas fueron tomando otro curso, y empezaron a empeorar.

Tenía un padre ausente, un hermano demasiado ocupado y una madre que luchaba por su vida. Entonces, ella tuvo que dejar de lado sus prioridades, y dedicarse pura y exclusivamente a mantener unida a esa familia, a tratar que ese lazo no desaparezca.

Se encontraba en una situación desesperante al ver que nadie hacía nada para tratar de mejorar las cosas. Pero aún así, ella trataba de que su miedo a que todo tenga un final desagradable no se apodere de ella y le quite fuerzas. Tenía bien en claro cuál era el papel que tenía que desempeñar, y cuál era su objetivo: luchar contra la vida que le tocó y mantenerse en pie, no dejarse ganar.

La sensación de tristeza al ver que sus acciones no modificaban las cosas era un tema que la preocupaba demasiado. Su mayor miedo era el bienestar de su madre, que con el paso de los días no mostraba ninguna mejoría. Y desafortunadamente, aunque en algunos momentos no quería aceptarlo, ya sabía cuál iba a ser el final.

Si bien su familia no le brindaba apoyo, estaba rodeada de amigos, los cuales desde su lugar la ayudaban y la acompañaban en cada momento. Eso hizo que ella no perdiera las esperanzas, y que pudiera afrontar lo que estaba por venir.

Lo peor pasó, pero aún así, ella siguió su camino. Si bien había perdido a una persona indispensable en su vida, pudo lograr afrontar algo que varios años la preocupó y atemorizó.

El lazo no desapareció, es más, se fortaleció. Eso hizo que pueda comenzar una nueva etapa, más contenida y con más fuerzas. Y al final de todo esto, puede decir con seguridad: no hay que perder las esperanzas.

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