lunes, 10 de mayo de 2010

Payasos: ¿Risas veraces?

Por Natalia Streitenberger

Taller de Comprensión y Producción de Textos I

Año 2010

Palidez ficticia en la cara. Pintura blanca que empieza en el pelo y desaparece en la solapa de un cuello colorido.

Un ojo cubierto con un parche rojo que no le tapa la vista; la sonrisa exagerada pintada del mismo color.

Cabello rizado al extremo que no se asemeja a uno real; enterizo de múltiples colores combinados con círculos, rombos y lunares; guantes albinos que reflejan escalofriantes manos.

Enormes zapatos que no indican el verdadero tamaño del pie.

Su terrorífico semblante parece estar siempre feliz, pero yo sé que es solo una fachada. Nunca se sabe con certeza lo que siente y piensa un payaso ya que siempre enseña sus brillantes y limpios dientes; además de resonar con una fuerte carcajada cada vez que un niño le pide un dulce y éste amablemente se lo ofrece.

Esa risa. Ese sonido que repite al menos cien veces por fiestita de cumpleaños es algo que no puedo tolerar.

Cada expresión de alegría falsa me provoca un escalofrío que me sacude la médula y me hace observarlo detalladamente en busca de un error.

Siempre se equivocan. Desde una estupidez hasta una falta grave. He conocido animadores que se pican la nariz y otros que putean; pero los payasos son diferentes. Tienen algo perverso en la mirada: si se disfrazan es porque esconden lo que son. Les da terror ser ellos mismos. ¿Y acaso eso no es sospechoso?

Igual mi miedo por éstos sujetos es justificado. Que levante la mano la persona que haya visto la película “It” (o leído el libro) de Stephen King y no se paralice con la macabra risota de semejante personaje.

La expectante y alarmante aparición de globos y chiches ruidosos, le hacen erizar la piel a cualquiera que deteste a éstas enigmáticas y extravagantes personas de peluca roja.

Desde mi perspectiva es más probable que un artista de circo secuestre a un niño que un hombre que limpia los vidrios o una niñera. El disfraz confunde tanto que sin él ya no podrías reconocerlo. Además, exceptuando algunos infantes, ¿Qué criatura se negaría a sonreírle a un payaso?

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