domingo, 17 de junio de 2012

El hombre al que le picaba la bufanda

Ramiro Galgano
Taller de Comprensión y Producción de Textos II



El hombre estaba sentado en un banco de la plaza. No hacía más de 20 minutos que se había instalado ahí. Miraba a los chicos jugar en la hamaca o el tobogán mientras se acomodaba la bufanda de lana que le hacía picar el cuello. La niebla de otoño se mezclaba con la mañana fría y húmeda. Otras familias jugaban en los árboles, tomaban mate, o conversaban los recuerdos del fin de semana pasado. El martes estaba fresco, pero el hombre no sentía frío ya que estaba concentrado en otra cosa. Esperaba a alguien.
Pasaron diez minutos y se hicieron las tres de la tarde. El hombre comenzó a inquietarse un poco. Se movió algunas veces del lugar, y volvió a ponerse la bufanda rayada sobre el cuello. Le había agarrado frió de tanto esperar. Uno de los chicos que estaba jugando, lo señaló con el dedo mientras él decía algo a su mamá. El hombre miró al nene y le hizo una mueca con el rostro. En ese momento alguien bajó de un auto azul en la esquina. El coche quedó con el motor encendido.
El recién llegado llevaba puesto un saco de paño que le llegaba hasta las rodillas. Venía escuchando algo, tenía auriculares. El cuello descubierto y la cara pálida del frío. De un salto subió los escalones y se metió en la plaza, caminando a paso de tortuga. Sin ningún apuro. El hombre sentado levantó la vista y agachó la cabeza. Finalmente, el hombre de traje se le acercó.
¿Y? – le preguntó - ¿Ya decidiste lo que vas a hacer?
- Mirá… - le respondió el otro sin levantar la vista – este mes no voy a poder, te lo juro.
- Te estoy hablando en serio – aclaró el de saco.
- Yo también, te lo juro.
- No te creo – dijo el hombre de traje subiendo la voz.
- ¡Ésta vez es verdad! – le suplicó el hombre que estaba sentado. El hombre de saco ojeó rápidamente la plaza como si estuviera a punto de hacer algo. Vio a los chicos jugando, a las mamás, y a un anciano que estaba leyendo el diario en una bicicleta. Como nadie los miraba, retornó la vista al hombre sentado.
- Te pregunto por última vez y espero que no me mientas – sentenció.
El hombre que estaba sentado volvió a tocarse la bufanda, que le picaba de nuevo. Suspiró en voz baja, y miró el cielo lleno de nubes.
- Por favor, escúchame. – le pidió – te puedo explicar bien.
El hombre de saco suspiro y asintió con la cabeza.
- Está bien, te escucho. – dijo, mientras se revolvía el bolsillo del saco buscando algo.
- Gracias– respondió aliviado el hombre sentado.
En ese momento se escuchó un disparo en la plaza. Los chicos comenzaron a gritar y sus madres también, mientras alzaban a sus hijos desesperadas. El anciano se subió a la bicicleta y se olvidó el diario. Luego de cuatro tiros más, el hombre abandonó la plaza caminando. Bajó los escalones, guardo algo, y volvió a subir al auto azul de la esquina. Miró por el espejo retrovisor, y se volvió a tocar el cuello. La bufanda le picaba de nuevo.

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