Taller de Comprensión y Producción de Textos II
El
hombre estaba sentado en un banco de la plaza. No hacía más de 20 minutos que
se había instalado ahí. Miraba a los chicos jugar en la hamaca o el tobogán
mientras se acomodaba la bufanda de lana que le hacía picar el cuello. La
niebla de otoño se mezclaba con la mañana fría y húmeda. Otras familias jugaban
en los árboles, tomaban mate, o conversaban los recuerdos del fin de semana
pasado. El martes estaba fresco, pero el hombre no sentía frío ya que estaba
concentrado en otra cosa. Esperaba a alguien.
Pasaron
diez minutos y se hicieron las tres de la tarde. El hombre comenzó a
inquietarse un poco. Se movió algunas veces del lugar, y volvió a ponerse la
bufanda rayada sobre el cuello. Le había agarrado frió de tanto esperar. Uno de
los chicos que estaba jugando, lo señaló con el dedo mientras él decía algo a
su mamá. El hombre miró al nene y le hizo una mueca con el rostro. En ese
momento alguien bajó de un auto azul en la esquina. El coche quedó con el motor
encendido.
El
recién llegado llevaba puesto un saco de paño que le llegaba hasta las
rodillas. Venía escuchando algo, tenía auriculares. El cuello descubierto y la
cara pálida del frío. De un salto subió los escalones y se metió en la plaza,
caminando a paso de tortuga. Sin ningún apuro. El hombre sentado levantó la
vista y agachó la cabeza. Finalmente, el hombre de traje se le acercó.
¿Y?
– le preguntó - ¿Ya decidiste lo que vas a hacer?
-
Mirá… - le respondió el otro sin levantar la
vista – este mes no voy a poder, te lo juro.
-
Te estoy hablando en serio – aclaró el de saco.
-
Yo también, te lo juro.
-
No te creo – dijo el hombre de traje subiendo la
voz.
-
¡Ésta vez es verdad! – le suplicó el hombre que
estaba sentado. El hombre de saco ojeó rápidamente la plaza como si estuviera a
punto de hacer algo. Vio a los chicos jugando, a las mamás, y a un anciano que
estaba leyendo el diario en una bicicleta. Como nadie los miraba, retornó la
vista al hombre sentado.
-
Te pregunto por última vez y espero que no me
mientas – sentenció.
El
hombre que estaba sentado volvió a tocarse la bufanda, que le picaba de nuevo.
Suspiró en voz baja, y miró el cielo lleno de nubes.
-
Por favor, escúchame. – le pidió – te puedo
explicar bien.
El
hombre de saco suspiro y asintió con la cabeza.
-
Está bien, te escucho. – dijo, mientras se
revolvía el bolsillo del saco buscando algo.
-
Gracias– respondió aliviado el hombre sentado.
En
ese momento se escuchó un disparo en la plaza. Los chicos comenzaron a gritar y
sus madres también, mientras alzaban a sus hijos desesperadas. El anciano se
subió a la bicicleta y se olvidó el diario. Luego de cuatro tiros más, el
hombre abandonó la plaza caminando. Bajó los escalones, guardo algo, y volvió a
subir al auto azul de la esquina. Miró por el espejo retrovisor, y se volvió a tocar
el cuello. La bufanda le picaba de nuevo.
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