domingo, 17 de junio de 2012

Amor maternal

Nicolás Quintaié
Taller de Comprensión y Producción de Textos II

Otra tarde gris se erigía sobre el cielo de junio. Marta, parsimoniosamente y con aspecto desalineada, se dirigía por enésima vez al hospital a visitar a su hijo. Lucía pálida  y triste, con los ojos hinchados de tanto llorar. Solo llevaba como accesorio una pequeña cartera que no ayudaba a decorar su figura.
El edificio estaba atestado, en tanto institución pública. Enfermeros, doctores, pacientes y familiares circulaban al compás de innumerables camillas que transitaban de quirófano en quirófano. El olor a sopa del mediodía se estaba disipando, ya que se estaban retirando las bandejas con comida de las habitaciones. Atravesando este ambiente, Marta se abría paso saludando a decenas de personas, quienes ya la tomaban como otro de los tantos personajes recurrentes en el hospital.
Al fin logró su objetivo, la habitación doscientos catorce. Allí fue al encuentro con su hijo Matías, quien se encontraba postrado. Su aspecto era terrible, casi terminal. A pesar de sus precoces quince años, el adolescente estaba calvo, debido a las fuertes medicaciones, y demacrado por los  incesantes dolores. Se le notaba un peso muy inferior  respecto de su ideal y una enorme palidez. Y, por si fuera poco, en la espalda y las extremidades del cuerpo tenía unas incipientes ampollas producto de la quietud constante de su cuerpo.
-Hola hijo, saludó Marta.
-Hola mamá- Matías apenas pudo contestar, una aguda punzada de dolor lo acababa de castigar.
-¿Cómo estas?
-Como siempre.
-Ya te vas a mejorar- lo alentó, tímidamente, la madre.
-No mientas más, no hay solución para esto. Estoy grande ya para que me mientas –aseveró Matías con las pocas fuerzas que le quedaban.
-No me digas eso, mi amor. Haría lo que sea para que estés mejor-respondió Marta que lloraba copiosamente.
-Ya sabes lo que tenés que hacer.
Un profundo gemido del convaleciente inundó la sala y cortó la conversación un instante.
-No me podés pedir eso, no puedo, no quiero – retomó Marta.
-Sos una egoísta ¿sabes lo que es este infierno?
-Pero no puedo hacer eso, hijo.
-Ya lo discutimos mil veces. No hay ni habrá evolución, te lo epxlicaron los médicos más de una vez, esto es terminal. Es lo mejor para todos.
-Pero no para mí.
Las palabras retumbaron fuertemente en el interior de Marta, que no podía contener las lágrimas. Su pañuelo azul rebalsaba de humedad. Saludó a su hijo, respiró hondo y se dirigió a una confitería que estaba a media cuadra del hospital. Quería meditar.
Mientras tomaba café, todos los recuerdos sobre Matías se proyectaban en su mente, como las cintas de una película. Su nacimiento, las primeras palabras o cuando aprendió a  caminar. Pero ahora ya no veía a su hijo, sino un cadáver vivo que padecía a cada minuto que suscitaba.
La tristeza y emoción lo desbordaron como nunca. Desde una de las ventanas de la confitería Marta miraba con los ojos enrojecidos e hinchados hacia el cielo. Con la mirada perdida, buscaba respuestas. Al cabo de cinco minutos, luego de terminar su café, se incorporo. Había tomado una decisión.
Retornó al hospital, envuelto en el mismo ambiente que había abandonado hacía unos pocos minutos. Su meta era nuevamente la habitación catorce. Al arribar, madre e hijo se miraron. Intentaron sonreír, pero el dolor de uno y la tristeza inconmensurable de la otra sólo daban lugar para muecas.
-¿Estás listo?
-Hace rato ¿vos?
-hace unos minutos, creo – dijo Marta con la voz quebrada. No podía tolerar el hecho de ver a Matías víctima de un destino tirano y prepotente, que le extirpara a cada paso un poco de dignidad a su existencia.
-Te amo hijo.
La madre besó la frente hirviente. Luego mirando hacia atrás para cerciorarse de su soledad, Marta tomó con las pocas fuerzas físicas y mentales que le quedaban unas píldoras rojas de su cartera. Sin oposiciones, Matías aceptó tragarlas, casi deseándolo. En pocos minutos, la mujer vio cómo el cuerpo de su hijo se apagaba paulatinamente como el fuego de una vela, mientras su alma y dignidad se fortalecían como nunca antes. 

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