Pablo Brambilla
Taller de Comprensión y Producción de Textos I
Pedro
Martín Hermosilla era un soldado del Quinto Regimiento. De padres gallegos,
pero madrileño. Él vivía a las afueras de Madrid, en una pensión que era, en
sus mejores tiempos, una de las tantas casas de familia aristócrata. Era obrero
en una fábrica metalúrgica. Desde que tenía uso de razón, trabajó. Empezó a los
ocho años vendiendo diarios, juntando botellas, haciendo recados y cuanto se
podía para ganarse algo de dinero para ayudar en su casa. A los catorce años,
aproximadamente, empezó a trabajar en la metalúrgica. Allí comenzó a nutrirse
de las ideas comunistas y se hizo un activo militante poco antes de la
declaración de la República. Cuando se sublevaron los “moros”, como les
llamaban los republicanos a los rebeldes, no dudó un momento en anotarse en el
Quinto Regimiento, que era el de más prestigio entre los otros del ejército,
antes de que lo encontrara cualquier reclutador y fuera a parar por donde Judas
perdió el poncho.
Pedro
era alto, delgado pero fibroso, fuerte debido a su trabajo en la fábrica. Fue
destinado a la defensa de Madrid, en donde estuvo casi dos años. Vivió como
pudo durante ese tiempo, resistiendo bombas, hambre y viendo las cosas que
hacen los hombres cuando se ven reducidos a sus más bajos instintos. Casi al
término de la guerra, había perdido unos veinte kilos, y de ese muchacho bien
parecido sólo quedaba un espectro rengo debido a un balazo mal curado en su
rodilla derecha. Al estar todo perdido, intentó escapar, tratando de bordear la
avanzada franquista, pero lo capturaron al norte de la ciudad.
Para
él, como a miles, no hubo juez que lo condenara ni cárcel que lo encerrara ni
lápida en donde poder dejarle una rosa roja como su corazón.
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