domingo, 24 de junio de 2012

Y eso era todo

Micaela Hilgenberg
Taller de Comprensión y Producción de Textos I


La noche ya había empezado a caer en este día de invierno. Salir unos momentos antes de lo que debería de la Facultad me permite divisar algunos rastros de la tarde extinguiéndose. Me llamó la atención la tonalidad, más roja que de costumbre, de lo que podemos llamar “el horizonte”. Lo observé durante un rato, admirando su hermosura, más no me podía detener mucho en ella porque al pensar en las dos horas y media que me separaban de mi casa, me asaltó un repentino deseo de correr para así llegar lo más pronto posible.
Con esta idea empecé a caminar más rápido, pero por alguna razón un tanto inexplicable, no podía dejar de contemplar ese sector rojizo del firmamento, que no oscurecía a pesar de que ya era completamente de noche. Seguramente todo era culpa del calentamiento global y de los cambios climáticos. Este extraño fenómeno no podría tener otro autor, ¿o sí?
Entre reflexiones y con mi vista fija en el cielo, llegué a la parada del colectivo, cuando repentinamente comenzaron a caer gotas. Era muy raro, porque no recordaba haber visto nube alguna. Tal vez se debía a aquel fulgor rojizo, que había atraído todo mi interés. Volví a observarlo, y noté algo mucho más extraño: parecía haberse agrandado y también parecía hacer ebullición, exactamente igual que el agua cuando hierve.
¿Qué podría ser aquello? Mis miedos superaban a mi parte racional. Sin embargo, eran ellos los que estaban más acertados. La lluvia caía con más intensidad, aunque no parecía precisamente de agua. Aquella sustancia –por ahora indefinida- que caía a cántaros, empezaba a agruparse al llegar al suelo. Rápidamente, se juntaba en montones que adquirían una forma de proporciones humanas, pero no de sus características. Si antes tenía miedo, ahora estaba a punto de desmayarme. Las palpitaciones de mi corazón se habían detenido por unos momentos, al igual que mi respiración, reanudando luego de forma apresurada. Tenía taquicardia, sudor frío, ahogo, mareos, y no escuchaba ningún sonido. Todo ocurría muy rápido y a la vez muy lento.
Habían transcurrido sólo pocos segundos, y yo seguía parada en el mismo lugar mientras que esos entes terminaban de formarse. Trataba de encontrar algo que se asemejara a aquello de lo que estaban hechos. ¿Agua? ¿Gelatina? No, ¿a quién no se le rompió un termómetro alguna vez? Si, eso era, su composición se asemejaba al mercurio, incluso en el color grisáceo.
Salí del estado de shock y miré a mi alrededor. Allí no había nadie además de ellos y yo; ni una sola persona, ni un perro, ni un pájaro. ¿Qué podría hacer? ¿Correr, gritar, quedarme en silencio sin moverme? Opté por la última opción, pero ellos no hicieron lo mismo. Rápidamente, se agruparon y se dirigieron a gran velocidad hacia mi posición, pero no se detuvieron en mí, sino que siguieron. Me giré para observar su actividad: estaban rodeando un gran árbol y sin que yo supiera cómo, de repente éste cayó. Luego lo levantaron y me di cuenta de que lo habían sacado desde la misma raíz. Al ver que no ponían atención en mí, y sin saber que podrían hacer luego, comencé a correr. Corrí lo más rápido que pude, dejándolos atrás, hasta que me encontré rodeada de personas, de autos, de movimiento.
Paró a mi lado el colectivo que debía tomar y me subí, teniendo la sensación de que nadie se había dado cuenta de lo que había ocurrido y yo había presenciado.
Estando ya en mi casa, todo me parecía irreal, y llegué a la conclusión de que era un sueño que había tenido en el largo viaje. Aunque no se me ocurría el por qué de que en mi sueño esos extraterrestres necesitarían un árbol. ¿Quién sabe?         

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