Taller de Comprensión y Producción de Textos I
Me llamo Carlitos. No tengo apellido y
mi hogar es tan inmenso como me permita la imaginación explorar. No paso hambre
realmente, pero no me vendría nada mal un sanguche de milanesa mas por día. O
tal vez un buen guiso ahora que se viene el frío. Los pocos trapos que tengo
los acobacho en el tercer banco de la plaza principal, en la cueva que cuidamos
con mis compañeros. Un cuchillo de acero, con mango de alpaca brillante, con
guardas torneadas en forma de enredadera; un pequeño caballo negro gastado de
un antiguo juego de ajedrez; y una foto del jilguero cantor, con el pelo engominado
abrazando la viola, en la que sale de fondo un enano de pantalones cortos
afinando un bandoneón.
Me dicen el intrépido por mi
sagaz habilidad de afanarme las billeteras de los abrigos de las viejas paquetas,
que cruzan ostentando por la peatonal, o paran a morfar en el café “Dublín”. A “Mingo”,
el mozo, ya me lo tengo comprado. Se piensa que vengo a vender almanaques o
postales, y le doy lástima y me deja entrar a donde se maneja la mejor pasta,
en las mesas donde almuerzan las señoras de las más altas clases sociales,
hijas de políticos o esposas de grandes empresarios. Yo les meto mano, y las
minas ni se enteran, engañadas con mi cara de guacho tierno. Y siempre antes de
irme, Mingo me da a escondidas del jefe, algo para masticar, sobras de una mesa
que él me guarda, sin sospechar si quiera mis verdaderas intenciones.
Cuando hay que llenar el
estómago, y siempre que no quede otra, con mis compañeros vamos a la parte de
atrás de los restoranes, donde tiran la comida que alguien no quiso y nos
despojamos de toda vergüenza. Comemos con las manos, parados encima de la
abismal pila de comida, a la intemperie y ante los ojos del público en general,
olvidándonos completa y temporalmente del significado de la palabra
humillación. Antes los boliches estos, te daban el morfi que iban a tirar, en
una bolsita en la puerta de entrada a las doce y cuarto de la noche, cuando
terminaban de cerrar los números, media hora antes de que pase el camión de la
basura. Así tenía algo más de dignidad. No te tenías que rebajar a la imagen de
un cagado de hambre. Pero desde que empezaron a tener quilombo con algunos que
comían de ahí, y después se presentaban enfermos en el hospital. Los dueños se
comían una multa grosa, y a veces les cerraban el boliche. Entonces cambiaron
el sistema.
Después de cenar nos
vamos a apolillar a la plaza. Es jodido porque la cana esta siempre dando
vueltas, y si le pinta te levanta a las patadas. El otro día lo agarraron con
un faso a “Chalo”, uno de mis
compañeros, y lo cagaron a palo. Se lo llevaron a la comisaría y lo soltaron a
las cinco de la matina, hecho mierda. Por eso yo trato de tener cuidado,
escondo siempre el cuhillo para que no me lo enganchen, y duermo con un ojo
abierto, alerta, expectante. Pienso en cuanto tengo que juntar para poder
entrar a la cancha el fin de semana, pero nunca me dan las cuentas, y cuando me
aburro, saco la foto del jilguero, la contemplo entren suspiros, e imagino
aventuras desaforadas y emocionantes, que llevan siempre al enano como
protagonista.
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