sábado, 30 de junio de 2012

La misma historia

Pablo Brambilla
Taller de Comprensión y Producción de Textos I

Otra vez lo mismo. Era de noche, tarde. Era uno de esos días que iban a ser malos. Ella lo presentía. Estaba recostada en la habitación con una congoja que la invadía. De pronto, se abrió repentinamente la puerta, con un ruido estrepitoso. Entró como una exhalación y, con el mismo ímpetu, cerró la puerta. Entró, también, un olor de alcohol, mezclado con la ira que se hacía palpable.
Ella se estremeció. Ya sabía lo que iba a pasar. Era lo que sentía desde hacía un rato. Luego de un par de graves golpes a la entrada, percibió que estos cada vez se oían más próximos. Todavía somnolienta, se le tensó todo el cuerpo, se le agudizaron los sentidos y sintió un ardor en la piel. Su corazón golpeteaba cada vez más fuerte.
Saltó de la cama ya angustiada, pero firme, dispuesta a defenderse. Ahí se abrió la última puerta que la separaba de su sufrimiento. No tuvo tiempo a reaccionar ante un duro golpe. Más tarde, un relámpago de furia se descargó sobre su cuerpo. Fue tan sólo un momento, pero un momento que parecía una eternidad.
Después de eso, no se podía levantar. Era el dolor, sí, pero el que se sentía luego de recibir algo que no creía merecer de alguien a quien amaba. Reprimía el llanto, y sentía todo el peso del mundo encima.
Se quedó en el piso, tendida, deseando no levantarse nunca más.

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