Pablo Brambilla
Taller de Comprensión y Producción de Textos I
Otra
vez lo mismo. Era de noche, tarde. Era uno de esos días que iban a ser malos.
Ella lo presentía. Estaba recostada en la habitación con una congoja que la
invadía. De pronto, se abrió repentinamente la puerta, con un ruido
estrepitoso. Entró como una exhalación y, con el mismo ímpetu, cerró la puerta.
Entró, también, un olor de alcohol, mezclado con la ira que se hacía palpable.
Ella
se estremeció. Ya sabía lo que iba a pasar. Era lo que sentía desde hacía un
rato. Luego de un par de graves golpes a la entrada, percibió que estos cada
vez se oían más próximos. Todavía somnolienta, se le tensó todo el cuerpo, se
le agudizaron los sentidos y sintió un ardor en la piel. Su corazón golpeteaba
cada vez más fuerte.
Saltó
de la cama ya angustiada, pero firme, dispuesta a defenderse. Ahí se abrió la
última puerta que la separaba de su sufrimiento. No tuvo tiempo a reaccionar
ante un duro golpe. Más tarde, un relámpago de furia se descargó sobre su
cuerpo. Fue tan sólo un momento, pero un momento que parecía una eternidad.
Después
de eso, no se podía levantar. Era el dolor, sí, pero el que se sentía luego de
recibir algo que no creía merecer de alguien a quien amaba. Reprimía el llanto,
y sentía todo el peso del mundo encima.
Se
quedó en el piso, tendida, deseando no levantarse nunca más.
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