domingo, 17 de junio de 2012

Encuentro deseado

Mara Peña
Taller de Comprensión y Producción de Textos II


Sus zapatillas de lona cambiaron a un tono más oscuro, el barro mojado se apoderó de ellas. En su rostro no se distinguía cuáles eran aquellas gotas que producían su cuerpo o las que provenían del cielo.

Llegó a casa, allí las cosas no estaban mejor que afuera, siempre era así aunque el sol brillara en su máximo esplendor.
–Hoy no hay nada para comer –dijo su mamá, sin siquiera saludar.
–No pude trabajar, llueve –contestó ella en el mismo tono.
–Seguramente ahora te vas a acostar, como siempre.
–¿Y qué más puedo hacer? –dijo– , si a la escuela no me dejás ir –agregó enfurecida.
–No sos inteligente, es perder el tiempo.
–Quiero aprender, no quiero ser como vos.
–¿Cómo yo? –gritó–, no sos mejor que nadie mocosa, sos una simple canillita, es para lo único que servís.
–Vos no me dejás ser mejor, si yo no trabajo no comemos.
–No todo es perfecto en la vida –contestó irónicamente.
–Sobre todo vos –gritó la chica.
Caminó hacia su colchón donde tenía que dormir. Sería lo mismo dormir directamente sobre el suelo, cada pedazo de espuma que lo conformaba había absorbido la humedad del piso, era fino y las gotas de cada lluvia que traspasaban el techo terminaban allí.
Ella sólo miraba hacia arriba. Esperaba un cambio, quería hacer las cosas que imaginaba, salir con amigos, tener vida social, vivir la vida de una adolescente. Deseaba salir de todo aquello gris.
Cada noche recordaba el calvario de su día. Su frente se fruncía, sus ojos claros se empañaban hasta que las lágrimas recorrían sus cachetes hasta terminar en su exuberante boca. Se enojaba con ella misma por no poder cambiar su vida. Quizás estando con su padre sería mejor, pensaba silenciosamente, mientras el ruido de su estómago se apoderaba del lugar.
Como todos los días al caer la tarde, llegó a su casa, tomó un pan, dejó dos billetes arrugados sobre la mesa y se dirigió hacia el húmedo colchón. Su madre dormía, por eso estaba tranquila. Se recostó y pensó; aunque le costó, tomó la decisión más importante que había pensado: reencontrarse con su padre, al que tanto admiraba. Siempre tuvo claro que desde que las dejó, todo se derrumbo.
Se sentó allí donde estaba, apoyó la mitad de su huesuda espalda en la pared, respiró profundo. Introdujo el cuchillo en aquella parte de su cuerpo que la mayoría de las veces se hacía notar para recalcar que necesitaba comida.
 Abrió su boca con un suave gesto de dolor que sintió en cada parte de su organismo, no gritó, no quería despertar a su madre, no quería ayuda. La agonía duró unos minutos, lo soportó, sabía cuál era el final deseado: volver a abrazar a su papá, o por lo menos eso que iba a suceder.
La última mueca la realizó al ver su colchón teñido de otro color, lo gris había quedado atrás: sonrió.

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