Taller de Comprensión y Producción de Textos II
Sus zapatillas de lona cambiaron a un tono más oscuro, el barro mojado se apoderó de ellas. En su rostro no se distinguía cuáles eran aquellas gotas que producían su cuerpo o las que provenían del cielo.
Llegó a casa, allí las cosas no estaban mejor que
afuera, siempre era así aunque el sol brillara en su máximo esplendor.
–Hoy no hay nada para comer –dijo su mamá, sin siquiera
saludar.
–No pude trabajar, llueve –contestó ella en el mismo
tono.
–Seguramente ahora te vas a acostar, como siempre.
–¿Y qué más puedo hacer? –dijo– , si a la escuela no me
dejás ir –agregó enfurecida.
–No sos inteligente, es perder el tiempo.
–Quiero aprender, no quiero ser como vos.
–¿Cómo yo? –gritó–, no sos mejor que nadie mocosa, sos
una simple canillita, es para lo único que servís.
–Vos no me dejás ser mejor, si yo no trabajo no comemos.
–No todo es perfecto en la vida –contestó irónicamente.
–Sobre todo vos –gritó la chica.
Caminó hacia su colchón donde tenía
que dormir. Sería lo mismo dormir directamente sobre el suelo, cada pedazo de
espuma que lo conformaba había absorbido la humedad del piso, era fino y las
gotas de cada lluvia que traspasaban el techo terminaban allí.
Ella sólo miraba hacia arriba.
Esperaba un cambio, quería hacer las cosas que imaginaba, salir con amigos,
tener vida social, vivir la vida de una adolescente. Deseaba salir de todo
aquello gris.
Cada noche recordaba el calvario de
su día. Su frente se fruncía, sus ojos claros se empañaban hasta que las
lágrimas recorrían sus cachetes hasta terminar en su exuberante boca. Se
enojaba con ella misma por no poder cambiar su vida. Quizás estando con su
padre sería mejor, pensaba silenciosamente, mientras el ruido de su estómago se
apoderaba del lugar.
Como todos los días al caer la
tarde, llegó a su casa, tomó un pan, dejó dos billetes arrugados sobre la mesa
y se dirigió hacia el húmedo colchón. Su madre dormía, por eso estaba
tranquila. Se recostó y pensó; aunque le costó, tomó la decisión más importante
que había pensado: reencontrarse con su padre, al que tanto admiraba. Siempre
tuvo claro que desde que las dejó, todo se derrumbo.
Se sentó allí donde estaba, apoyó la
mitad de su huesuda espalda en la pared, respiró profundo. Introdujo el
cuchillo en aquella parte de su cuerpo que la mayoría de las veces se hacía
notar para recalcar que necesitaba comida.
Abrió su boca con un suave gesto de dolor que
sintió en cada parte de su organismo, no gritó, no quería despertar a su madre,
no quería ayuda. La agonía duró unos minutos, lo soportó, sabía cuál era el
final deseado: volver a abrazar a su papá, o por lo menos eso que iba a
suceder.
La última mueca la realizó al ver su
colchón teñido de otro color, lo gris había quedado atrás: sonrió.
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