sábado, 30 de junio de 2012

Rompiendo mitos

Juan Francisco Jara
Taller de Comprensión y Producción de Textos I

Nunca fue una de esas personas a las cuales se las pudiera denominar “supersticiosas”, y era por eso que poco le importaba lo que socialmente estaba estandarizado como un acto que provocara mala suerte. Martín no dudaba en abrir el paraguas dentro de su casa para no mojarse al salir cuando llovía o en agarrar el salero antes de que lo apoyaran en la mesa cuando se lo alcanzaban. Sin embargo, desde su primer día como estudiante de economía le habían repetido una y otra vez que de las tres puertas del ingreso a la facultad, la del medio era utilizada sólo para salir, ya que según contaba la leyenda, si un estudiante ingresaba por la puerta del medio no se recibiría.
Ya habían pasado cinco años desde aquel primer día en la facultad y no había sido para nada fácil llevar la carrera al día. Sobre todo teniendo en cuenta que, paralelamente, tenía que trabajar para mantener a su pequeña hermana Elena. Pero Martín era, además de una persona muy inteligente, realmente perseverante; era un joven que no se rendía ante un tropiezo o frente a una adversidad por más irremontable que pareciera.
Todo le había costado mucho en la vida y al verse en la víspera de su último examen final sintió que, por fin, tanto esfuerzo estaba rindiendo sus frutos. Sin embargo, había algo que lo inquietaba. Tal vez por dejarse llevar por los comentarios, por seguir a sus compañeros que ingresaban por las puertas laterales o por el simple pero razonable hecho de realmente haber creído en esa leyenda y no querer arriesgar todo lo conseguido, Martín cayó en la cuenta de que en esos cinco años nunca se había ni siquiera acercado a la puerta de ingreso del medio, y él no era ese tipo de persona susceptible. Esa persona que se deja llevar por una superstición definitivamente no era Martín Barrera.
Fue así que, después de llegar a la conclusión de que se estaba comportando como la persona que nunca había sido, decidió reunir a todos sus amigos (en especial a los vinculados a esa facultad) para contarles sobre su decisión: no sólo iba a ingresar por la tan temida puerta del medio, sino que, además, iba a hacerlo el mismo día en que diera su último examen.
Algunos lo tildaron de loco, otros trataron de “concientizarlo” y algún otro puñado de amigos hasta se enojó con él. Pero era una decisión tomada. Martín no era una de las personas que se retractaban, y muy lejos estaba de serlo.
El día llegó. Muchos fueron a ver si realmente cumplía con lo prometido y hasta trataron de convencerlo, pero no hubo caso. Y menos mal que no pudieron porque fue para él una experiencia de vida inolvidable y reconfortante. No sólo rindió bien el examen y se recibió con honores, sino que, además, sintió que pudo romper con un mito urbano.
Tal vez sea un hecho anecdótico, porque pasado este suceso conocido por todos los estudiantes de la facultad, la puerta del medio sigue siendo prácticamente intransitada. Pero Martín probó una vez más que la suerte predeterminada no existe. Que cada persona escribe, busca y encuentra su suerte, y que ninguna superstición puede ser más fuerte que la voluntad de uno mismo.

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