Taller de Comprensión y Producción de Textos I
Nunca fue una de esas personas a las cuales se las pudiera
denominar “supersticiosas”, y era por eso que poco le importaba lo que
socialmente estaba estandarizado como un acto que provocara mala suerte. Martín
no dudaba en abrir el paraguas dentro de su casa para no mojarse al salir
cuando llovía o en agarrar el salero antes de que lo apoyaran en la mesa cuando
se lo alcanzaban. Sin embargo, desde su primer día como estudiante de economía
le habían repetido una y otra vez que de las tres puertas del ingreso a la
facultad, la del medio era utilizada sólo para salir, ya que según contaba la
leyenda, si un estudiante ingresaba por la puerta del medio no se recibiría.
Ya habían pasado cinco años desde aquel primer día en la
facultad y no había sido para nada fácil llevar la carrera al día. Sobre todo
teniendo en cuenta que, paralelamente, tenía que trabajar para mantener a su
pequeña hermana Elena. Pero Martín era, además de una persona muy inteligente,
realmente perseverante; era un joven que no se rendía ante un tropiezo o frente
a una adversidad por más irremontable que pareciera.
Todo le había costado mucho en la vida y al verse en la
víspera de su último examen final sintió que, por fin, tanto esfuerzo estaba
rindiendo sus frutos. Sin embargo, había algo que lo inquietaba. Tal vez por
dejarse llevar por los comentarios, por seguir a sus compañeros que ingresaban
por las puertas laterales o por el simple pero razonable hecho de realmente haber
creído en esa leyenda y no querer arriesgar todo lo conseguido, Martín cayó en
la cuenta de que en esos cinco años nunca se había ni siquiera acercado a la
puerta de ingreso del medio, y él no era ese tipo de persona susceptible. Esa
persona que se deja llevar por una superstición definitivamente no era Martín
Barrera.
Fue así que, después de llegar a la conclusión de que se
estaba comportando como la persona que nunca había sido, decidió reunir a todos
sus amigos (en especial a los vinculados a esa facultad) para contarles sobre
su decisión: no sólo iba a ingresar por la tan temida puerta del medio, sino
que, además, iba a hacerlo el mismo día en que diera su último examen.
Algunos lo tildaron de loco, otros trataron de
“concientizarlo” y algún otro puñado de amigos hasta se enojó con él. Pero era
una decisión tomada. Martín no era una de las personas que se retractaban, y
muy lejos estaba de serlo.
El día llegó. Muchos fueron a ver si realmente cumplía con
lo prometido y hasta trataron de convencerlo, pero no hubo caso. Y menos mal
que no pudieron porque fue para él una experiencia de vida inolvidable y
reconfortante. No sólo rindió bien el examen y se recibió con honores, sino
que, además, sintió que pudo romper con un mito urbano.
Tal vez sea un hecho anecdótico, porque pasado este suceso
conocido por todos los estudiantes de la facultad, la puerta del medio sigue
siendo prácticamente intransitada. Pero Martín probó una vez más que la suerte
predeterminada no existe. Que cada persona escribe, busca y encuentra su suerte,
y que ninguna superstición puede ser más fuerte que la voluntad de uno mismo.
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