miércoles, 7 de julio de 2010

Buena Suerte y Hasta Luego

Por Lucía Caligiuri
Taller de Comprensión y Producción de Textos I
Año 2010



La vida en matrimonio, se supone, debería ser el comienzo de la etapa y el término de otra. La libertad de cada uno se hace totalmente difusa y firmamos un contrato de por vida con otra persona que pasa a ser tu compañero de lo cotidiano o de lo que va más allá, siempre se es consciente del significado que tiene el anillo de oro que llevamos en el dedo, pero no de que ese accesorio sería el símbolo de los peores años de mi vida.
Cuando lo conocí era como cualquier otro chico de su edad, con tan sólo veinte años, tenía ya las cosas resueltas. Había ingresado a la escuela de leyes y su madurez, acompañada de una simpatía atrapante, eran cualidades que enamorarían a más de una, lamentablemente fui la elegida.
Salimos durante tres años. Fueron treinta y seis meses de cenas, salidas, risas y proyectos que nos llevaron a casarnos el veinte de mayo de ese año. Creo que para julio todo era una pesadilla de la que, aunque lo intentaba, no podía despertar. Había comenzado a trabajar con su padre, un reconocido abogado. Yo estaba terminando con mi carrera de actuación y las materias hacían que despejara la cabeza a la realidad que no quería ver y que me esperaba en casa.
Esa tarde, cuando salí del Taller de Expresión, ya pasaban las ocho de la noche. Al llegar a casa, él estaba tomando una ducha, yo aproveché ese tiempo para preparar algo rápido de cenar. Su humor últimamente había cambiado, sus gruñidos y refunfuneos eran algo común en su forma de ser, pero nada me desconcertó más que aquel insulto que recibí aquella noche a causa de una tontería semejante a la de la falta de sal en la comida.
En ese momento no lo demostré, pero ya comencé a sentir cómo aquella persona a la que admiraba y amaba tanto, empezaba con una metamorfosis personal que, temí, pudiera parecerse a la de un monstruo; y por desgracia tenía el papel trágico de la doncella en peligro.
Los días pasaban y los malos tratos se intensificaban. En un principio eran cosas menores que, tal vez, se debía al estrés del trabajo y de la necesidad de cumplir con las expectativas de su padre; pero olvidó completamente que en casa lo esperaba la mujer de su vida y también tenía expectativas que cumplir con ella.
Insultos, malos tratos, desprecios y hasta una brusca golpiza a la mesa que le había preparado como sorpresa de cumpleaños, formaron parte de lo cotidiano de nuestras vidas como pareja. Mis llantos a escondidas en el baño. El miedo que me generaba su mirada y el olvido al amor que nos teníamos, comenzaron a crear dentro mío un revuelo de pensamientos mezclados con emociones que me llevaron a temer por mi vida.
Muchos meses pasaron y los cosas empeoraron, pero la culminación de mis temores fueron con una cachetada que me marcó, no sólo su enorme y pesada mano, sino fue la firma de mi salida de escape a ese infierno. Hubo dos o tres minutos de silencio luego del fuerte ruido que produjo el golpe sobre mi mejilla; nuestras miradas se entre cruzaron y dijeron más cosas sin una sola palabra, que los millones de gritos de nuestro triste matrimonio. En sus ojos resonaba un “perdón”, en los míos, un “gracias”.
Sonreí de una forma irónica pero a la vez liberadora, subí corriendo los quince escalones hasta la habitación y en menos de una hora tenia un taxi en la puerta, una valija enorme en el baúl que no sólo contenía mi ropa, sino todos los horribles recuerdos que tenía de los últimos meses y un arrepentido ex marido que no llegaba a reaccionar todavía. Mire hacia atrás por la ventana del coche y lo vi, ahí parado, pero ya no era aquel muchacho maravilloso del que me había enamorado y con el cual había planificado los nombre de mis hijos; sino que era la imagen de un pobre hombre que se había perdido así mismo y que ahora, habiéndolo entendido, intentaba buscar como reencontrarse.
Volteé y me di cuenta que no había tiempo para arrepentirse. El amor había desaparecido y por fin, había despertado de ese horrible sueño en el que estaba inmersa. Por delante tenía un futuro lleno de posibilidades que me abría la puerta y decía: “Bienvenida”, y detrás un pasado al que me limitaba a decirle: “Buena suerte y hasta luego”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario