lunes, 5 de julio de 2010

La venganza de Cipriano Huaycurú

Por Leandro Mariano Figueroa
Taller de Comprensión y Producción de Textos
Tecnicatura Superior Universitaria en Periodismo Deportivo


Al bajar las escaleras, Berta acababa de salir de la cocina. Al verme, me preguntó qué demonios hacía allí. Quería decirle que veinticinco años había estado esperando este momento, pero hubiese echado todo a perder.
- ¡El General señora Berta! ¡Otra vez la tos! ¡El General se muere! – la alerté
- ¿Cómo osas en...? – Iba a reprocharme el atrevimiento de haber subido las escaleras, pero tomó conciencia de mi anuncio - ¿Cómo dices? ¿Qué pasó?
Mientras subíamos la escalera, le expliqué que el General desde su ventana que da al establo, me había hecho señas que necesitaba ayuda. – Por eso me atreví a entrar Doña Berta - aclaré.
Los gritos de Berta alertaron al resto del personal, con lo que todos abandonaron sus tareas y se acercaron hacia la habitación del General. Ingresamos en el momento justo en que Julio Argentino Roca, caía sobre el piso gélido de la habitación. Pude observar que este acto no solo a mí me dio una gran satisfacción. El General Roca yacía en el piso.
Dos horas antes, como la familia había partido hacia Buenos Aires, la casona estaba vacía. Pude escurrirme hacia el interior, evitando ser visto por el personal. Al completar las escalinatas, oteé para asegurarme que nadie me había visto, y me dirigí hacia la habitación. Tras veinticinco años de espera, tendría enfrente al General.
Golpeé la puerta e irrumpí en la alcoba. Una mezcla de sensaciones y emociones sacudieron mi cuerpo. Supe que Kooch estaba conmigo.
- ¿Quién demonio eres tu? – Me miró sorprendido y extrañado.
- Buenos días General, disculpe mi atrevimiento. Vengo a informarle que su familia partió con normalidad, además...
- ¡Ah! Eres el del establo. – pareció conocerme.
- Si señor, además la señora Berta me mandó con este vaso de agua, pues lo oyó toser y pensó que de...
- ¿Toser?- me interrumpió – Si aún no me... – y comenzó a toser.
La tos lo venía martirizando desde meses atrás. Los constantes ataques lo habían vuelto hostil e irritante ante todos. Por eso, tras alejarse de la política, se radicó junto a su familia en aquella estancia, “La Argentina”, para terminar sus días en paz.
Pasado unos minutos, el ataque parecía ceder. Yo seguía parado, ofreciéndole el vaso con agua. Cuando se calmó, me arrebató el vaso y lo bebió.
- ¡Y ahora vete! – me dijo con cólera – ¡Vete y no vuelvas, traes mala suerte!
Lo miré sin decir palabra, pero no me moví. Se terminó por enfurecer
- ¡He dicho que te vayas insolente! ¡Métete en tu establo mugriento y no salgas de ahí, desgraciado!
-No sin antes confesarme ante usted, mi General. – me opuse
- ¿Cómo has dicho?- y antes que reaccione, continué.
- Soy Cipriano Huaycurú, hijo de...
- ¿Cómo te atreves a desobedecerme...? – me observó con atención - ¡Ah! Eres uno de esos malditos Teuhelches piojosos. Vete bandido, vete antes de que...
- ¿Antes de qué? – lo interrumpí – ¿Antes de que haga lo mismo que con mi familia hace veinticinco años? – y luego me confesé - ¡Claro que soy un Tehuelche! ¡Y recuerdo como si fuera hoy el día en que sus sucias manos acabaron con mi madre y mi padre!
- Jamás ensuciaría mis manos ante un par de aborígenes andrajosos – se jactó
- Claro que no, le falta valor para eso – contesté – Ése perverso día solo se molestó en dar la orden. Yo estaba ahí, tenía cinco años y no...
- ¡Hacíamos patria, carajo! – se confesó.
-Veinticinco años pasaron – continué, ignorando su exclamación de patria – pero se acabó, el día llegó, su vida acabó General...
- ¿Encima osas en amenazarme indio del demonio? – Me apuntó con el índice derecho, y me arrojó el vaso en la cara - ¿Acaso piensas matarme?
Esas fueron sus últimas palabras. Le bastó con darse cuenta mi contemplación hacia el vaso, que ahora yacía en el suelo, para saber que su fin había llegado.
- Salud – le dije, y salí al encuentro de Berta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario