miércoles, 14 de julio de 2010

El peor día de mi profesión



Por Eliana Lacerenza
Taller de Comprensión y Producción de Textos II
Año 2010

Con mi jefe de redacción teníamos un vínculo de amistad muy fuerte fuera de lo laboral, por eso, cuando estábamos en un bar, en esa hora libre que nos daban, conversábamos sobre cosas personales y también de trabajo, entonces aproveché y le dije que por favor hiciera algo para que no me enviaran a cubrir la manifestación que estaba ocurriendo ese día.
Poco pudo hacer, porque justo en ese momento me habían llamado para informarme que sería yo quien iría a Plaza de Mayo. Los maldije. Ellos sabían muy bien el rechazo que yo le tenía al peronismo, sin embargo, no les importó y no pude quejarme porque si no tendría problemas.
Respiré hondo y salí. En el camino pensaba que tenía que ser cauteloso en la manera de preguntar a los trabajadores, en la forma de actuar, en las palabras que utilizaría. A pesar de mi negación a Perón, a su ideología, no percibirían mi enorme grado de oposición. Sería la mejor nota.
Al llegar, no podía creer la cantidad de gente que se había movilizado de diferentes puntos de la Ciudad de Buenos Aires para pedir por la liberación de Perón. Para mí fue desesperante estar participando, quiera o no, de una marcha a favor de alguien que detestaba, pero era mi trabajo y debía cumplirlo.
Sin grabar me puse a hablar con uno de los huelguistas llamado Pedro que tenía 32 años de edad y trabajaba en del frigorífico Swift, de la localidad de Berisso. Me contaba que estaban allí por el sólo hecho de que querían el regreso de “el más Grande” y para hacer cumplir los derechos del trabajador.
Además, me había dicho que él, sus compañeros, y los obreros de otras fábricas y talleres, no habían ingresado a trabajar ese día e iban recorriendo los establecimientos vecinos incitando a quienes se encontraban en sus labores para luego marchar en favor de Perón por las calles principales hacia el centro de la Capital Federal.
Pedro me había recalcado la reacción que había tenido la policía con ellos en el momento de cruzar los puentes que estaban sobre el Riachuelo, habían cortado los accesos que eran el único paso hacia la Capital para todos aquellos provenientes de la zona sur (entre ellos: Berisso, Lanús y Avellaneda).
Seguía contando que algunos de los manifestantes cruzaron nadando o en pequeñas balsas hasta que, horas más tarde, los puentes fueron liberados. La policía, que apoyaba a Parón, no había dificultado la marcha, inclusive algunos de los integrantes habían cruzado palabras con los huelguistas.
Por último, me contaba la emoción que había sentido cuando “su héroe” había salido por uno de los balcones de la Casa de Gobierno. Se notó en su manera de expresarse la adrenalina que corría por su cuerpo mientras me detallaba cada momento, hablaba con puro sentimiento, parecía que su corazón iba a salirse.
Después escuché el discurso de Perón el cual comenzó agradeciendo la participación de todos, recordó su labor en el gobierno, informó sobre su pedido de retiro, prometió continuar defendiendo los intereses de los trabajadores y por último, pidió a los concurrentes que se desconcentraran en paz.
Muy conmovedor resultó ser para las casi 300 mil personas, menos para mí. Me parecieron densas y falsas sus palabras, pero la gente le creía, se veía conforme y contenta. Todavía no pude entender que fue lo que los enamoró tanto de él.
Luego de haber interrogado a Pedro caminé por la plaza y encontré a otro reclamador, lo entrevisté, me dio su opinión, habló un largo rato. Así estuve toda la noche y recolecté mucha información para la nota. Creí que ya era suficiente y me fui.
Me resultó verdaderamente agotador e inolvidable ese 17 de octubre, por mi parte no voy a olvidarlo porque fue uno de los días más feos de mi profesión; por parte de los peronistas, el mejor día de sus vidas, lo declararon el Día de la Lealtad.

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