miércoles, 7 de julio de 2010

Manuel Pomels: La vida en naranja

Por Yardhi Abu Aiach
Taller de Comprensión y Producción de Textos I
Año 2010



Quizá usted sea de la clase de persona que, como yo, ha ignorado hechos de la vida cotidiana, como los pequeños que viven en las plazas, subtes y otros espacios públicos.
Aquí les presento, sin que ofenda su sensibilidad, la historia de Manuel Pomels. Un pequeño que conocí en la luminosa ciudad de Buenos Aires, más precisamente en el Obelisco, lugar donde nuestro protagonista nació, se crió y trabajó casi toda su vida.
Manuel Pomels, según me contó al calor de una manta donada y un mate de agua fría, nació a pocos metros del Obelisco, en pleno 9 de Julio. Lugar recorrido por millones de personas al año, un día de invierno en plena madrugada. Según él, su vida ya estaba marcada por la desdicha. Su madre falleció en el parto y una especie de milagro hizo que lo viera un pobre ebrio que le salvó la vida, llevándolo a un hospital. Al no tener familia, el hombre se compadeció de la criatura y se hizo pasar por padre del recién nacido.
La vida de Manuel transcurrió con alegrías y pobreza, pero con dignidad hasta los doce años cuando su padre del alma murió de una cirrosis fulminante.
- De él aprendí muchas cosas, pero la que más me acuerdo es de la sobrevivencia con códigos. Tenía ocho años y me dijo: “Manuel, uno puede tener hambre, frío pero la dignidad y los códigos no se negocian, eso lo va a sacar de acá. Algún día usted va a vivir en un edificio y no en la puerta”.-Me contó mi amigo en una de nuestras charlas.
A los doce años, Manuel decidió hacer de la fantasía del viejo soñador una realidad. Lo primero que se propuso fue conseguir trabajo; fue con otros chicos y les pidió ayuda. En el transcurso de dos meses, limpió y cuidó autos hasta ahorrar para viajar al Mercado Central de Liniers.
El día que finalmente lo logró, fue un día feliz para todos los que vivían en el Obelisco: al menos uno de ellos conseguiría irse. Pero la suerte, como él mismo dice, no ayudó y en Liniers unos adultos lo golpearon, robaron y burlaron, por lo que Pomels volvió caminando.
De todas sus aventuras, fue esta la que rescaté principalmente porque mi amigo me dijo:
-Lo más triste fue cuando caminaba herido, las ropas rotas. Pedí ayuda, clemencia a todo el que pasaba, pero todos me ignoraban y el que no lo hacía, huía asustado.
Es por eso que después de hablar con Manuel Pomels, cada vez que veo un niño de la calle, no importa cómo esté, lo subo a mi auto y lo ayudo.
Manuel murió a los veintitrés años de pulmonía. Poco tiempo después de terminar de relatarme, como él dijo, su vida color naranja, porque de ese color es el día cuando los pequeños son despertados por el rocío y los bocinazos de la calle.

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