Lautaro Negri
Taller de Comprensión y Producción de Textos I
Entre
sueños y realidades, segundos de inconsciencia transparente transcurren sin
dejar huella. El presente se acomoda tras una serie de instantes donde los
movimientos se transforman en autómatas. Un paso le sigue al otro con un
destino tan claro que se torna imperceptible.
Con un
sorbo de café, el individuo entra en su cápsula para transportarse hacia su
oficina. Mientras navega por el vacío del tubo interurbano, que recorre el
espacio aéreo plasmado sobre las calles inhabitadas, recuerda las líneas leídas
hace años atrás sobre automóviles, trenes, motos y colectivos. Para la alegría
de los burócratas, esas palabras quedaron desterradas y sólo existen en los
libros de historia que reflejan la improductividad de las conversaciones,
causantes de la “Gran Crisis” que casi aniquila con la humanidad. Todo contacto
visual con otro ser fue reemplazado por los noticieros y películas transmitidas
en la televisiones digitales hogareñas.
Sentado
en su escritorio, luego de un viaje fugaz, se dedica a leer los mensajes
acumulados en su cajón. Transcribe letra por letra en su computadora para
después enviar los archivos al Salón Central mediante el correo interno de la
empresa. Con esta inocente acción, estos documentos plagan los medios
audiovisuales y construyen una sólida estructura de noticias que inundan las
retinas de la población con información insulsa.
Su
función ha concluido. Espera que los billetes salgan de la abertura ubicada en
la pared lateral. Toma los papeles grisáceos y hace un giro de 180 grados sobre
su silla para depositar el dinero en el orificio de la máquina de provisiones.
-
Buenas tardes, ¿qué alimentos desea llevar hoy? –pregunta la voz
electrónica del altoparlante- Presione
el botón acorde a su gusto.
Estira su brazo y con el dedo recorre
el teclado táctil desplegado en la pantalla.
-
Opción 3: cena italiana de spaghetti genovés ¡Excelente elección! Que
disfrute su comida. Grupo Redes le desea buenas noches y lo felicita por su
labor cumplida.
El
único diálogo que podía aspirar a entablar se había esfumado en un centenar de
segundos. Él deseaba poder transmitir sus ideas hacia alguien que pudiera
afirmarlas o refutarlas y, de esa manera, comenzar una discusión al menos. Su
anhelación de respuesta se vio sofocada al observar que la luz azul del foco
central del aparato había dejado de brillar con su intensidad característica.
Aquel destello que le hace compañía todas las jornadas sin excepción había
cesado.
Con su
recipiente de comida recién empaquetado, se dirige hacia el contenedor de
bebidas del lado opuesto del cuarto, pero con la bronca expresada en su rostro
se acuerda de que ya había gastado el sueldo del día. Busca en su bolsillo con
desesperación y para su suerte encuentra tres monedas de cinco pesos que le
habían sobrado del día anterior. Ninguna voz se hace presente en el mecanismo,
por lo que se ve obligado a hacer su operación sin ningún sonido que le pueda
replicar al menos una palabra.
Finalmente,
toma su descanso merecido, aunque en su interior se cuestiona qué le había causado
agotamiento. ¿Había sido su tarea de reproducir los textos contenidos en las
decenas de papeles apilados en su escritorio? Continúa en su proceso de
reflexión y se da cuenta de que en realidad, el silencio ensordecedor que lo
envuelve cada vez más es el motivo por el cual siente que sus sienes lo
aprietan, tal cual lo hace la habitación de tres metros de largo por cinco
metros de ancho en la que se encuentra.
Se
levanta con un movimiento leve, mientras el tiempo simula seguir su rumbo con
el funcionamiento eficaz del reloj alejado del piso, aunque él sabe que se
detuvo hace años. Pisa sobre la palanca de plástico y tira los restos de su
banquete moderno en el receptáculo de basura, mejor conocido como “agujero
negro”. Ahora, su mirada se eleva y se estanca hacia el espejo colgado en
frente suyo. Observa su cara, adornada con ojeras profundas, y desconoce su
existencia. Acerca su mano sobre la superficie del cristal para poder
contactarse consigo mismo, pero todo intento es en vano. Sus ojos se desvían
del reflejo ya que no soportan la crudeza del momento.
La
resignación hace su presencia en el cuerpo inerte y converge sin obstáculo
alguno. Toma su saco del armario diminuto, compuesto por un solo estante, y lo
desenvuelve. Mientras se lo pone, revisa las arrugas que quedaron impregnadas
sobre la tela, pero su preocupación es insignificante.
Una vez
más vuelve a su hogar, el cual resulta ser el escondite donde refugia sus
angustias e imaginaciones jamás concretas que encuentran un lugar propio en su
mente y se disuelven al intentar potenciarse en el exterior. Recostado en su
cama, voltea hacia su mesita de luz y recoge una foto. La nostalgia recoge sus
resquicios y los arroja sobre él, quien besa la figura femenina con ansias de tocarla. Se acuesta nuevamente
y piensa que mañana será mejor.