miércoles, 28 de noviembre de 2012

El intruso en la plaza


Lautaro Negri
Taller de Comprensión y Producción de Textos I

La tarde caía en su máxima expresión con el principio de la aparición de colores cálidos sobre el cielo de primavera. La plaza relucía en su soledad. Las baldosas extrañaban la presencia de los seres que todos los días transcurrían por el lugar.
El reloj marcaba la hora de salida del colegio. Adolescentes de todas las edades salieron por la puerta principal, encaminados hacia la vuelta a sus casas. Algunos decidieron tomar la avenida principal para dirigirse con sus autos y hacer el camino más rápido, mientras que otros se vieron obligados a emprender su camino a pie.
Las chicas de quinto año caminaron hacia su refugio que las contenía por los atardeceres. Sus caras esbeltas y joviales demostraban la felicidad de haber concluido una nueva jornada.
Se sentaron en el banco más cercano al centro y comenzaron a hablar. Con el correr de los minutos, el calor se hizo más intenso, lo cual resultaba extraño a esa hora del día. Con delicadeza, se desabrocharon los dos primeros botones de sus camisas para que al menos una corriente de aire chocara contra sus cuerpos.
La naturaleza de las plantas se entremezcló con la belleza de aquellos seres a medida a que se iban deshaciendo de la ropa que cubrían su calidez. Estaban solas en medio de aquel manso ambiente, o eso es lo que ellas creían.
Detrás de los árboles ubicados en el extremo de la plaza, un individuo apreciaba la escena con un goce que jamás había sentido. Ante sus ojos se proyectaban las imágenes jamás pensadas por su mente jovial. Los músculos se paralizaron de forma simultánea.
Mientras este pequeño ser se encargaba de hacerse más diminuto en su escondite, las mujeres de edad temprana sentían que la temperatura subía progresivamente. Entonces, se acercaron a la fuente alojada en sus cercanías e iniciaron un juego que concluiría con la satisfacción del espía inocente que apreciaba como los pechos de las jóvenes se humedecían.
Los cuerpos se movilizaron con soltura para expresar su libertad. Los uniformes se acomodaron a placer del vigilante del accionar de las chicas y mostraron al descubierto las piernas de las estudiantes.
Las curvas prominentes que se habían expresado con esplendor lujurioso se borraron de manera efímera. Aquellos ojos que habían disfrutado del momento serían los encargados de que las imágenes captadas quedaran por un largo tiempo en su cabeza.

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