Ezequiel Toré
Taller
de Comprensión y Producción de Textos I
Abro los ojos, los cierro. Da lo mismo una cosa o la otra.
A la izquierda noche, a la derecha noche, arriba noche. Todo negro.
La conciencia se reduce a saber que debajo de mí está mi cama. Busco la luz
roja, esa ínfima porción de luminocidad que me proporciona el stand by del
televisor.
La luz se fue. El silencio es absoluto, me atrevo a decir que es
cercano o lo que debe escucharse en el interior de una tumba. Alzo la mano tan
alto como puedo, no alcanzo a tocar nada. Estoy vivo.
Oscuridad, noche, vacío, estoy rodeado de todo y de nada, sé que en
torno a mi cama está ubicado todo lo que poseo, pero no puedo ver, no puedo
corroborar su exiustencia.
Tomo conciencia de que mi celular proporciona un ápice de luz.
Tanteo a mi izquierda, busco, encuentro, abro la tapa, no hay resultado, no
tiene batería. Mi respiración se agita, siento calor, frío, respiro, tiemblo.
Me siento y trato de pensar, sólo logro hilar tres palabras “salir de ahí”.
Me pregunto si es más inteligente mantenerme en la cama o intentar
llegar a la puerta, analizo las opciones. Definitivamente lo mejor es ir en
busca de alguna vela. Giro mi cuerpo en sentido contrario de las agujas del
reloj, todo negre. Miro hacia el piso, todo negro. Siento desconfianza de
apoyar mis pies en el piso, por miedo a que la profundidad de la negrura me engañe, la posibilidad de caer me
estremece.
Alzo el pie derecho y lentamente lo hago descender a donde, se
supone, hay una baldosa. Sentí frío, lo que convierte al piso en una realidad.
Tomo coraje al erguir mi cuerpo, doy dos pasos y, de repente, me
encuentro navegando en un mar de aguas negras, casi ahogándome en el espacio
infinitamente basto y sinceramente pequeño.
No me choco contra nada, no toco nada. Todo está más oscuro. Decido
sentarme, para lo cual, doblo lentamente las rodillas y tanteo con las manos en
dónde se van a posar mis gluteos. Me siento en posición de chinito y me
refriego los ojos, con la esperanza de que éstos se acostumbren a la oscuridad.
Bajo lentamente la espalda y rezo para no caer por un pozo que sé
que es, en realidad, inexistente pero que la negrura y mi imagición me obligan
a crear. La sangre se me atorbellina pensando que en el interior de ese
cubículo hay en verdad, un enorme e infinito vacío.
Mi ubicación es incierta, no hay manera de que sepa geográficamente
en qué parte de la habitación me hallo, sólo sé que estoy recostado en el piso.
No oigo nada, no veo nada, no toco nada, no siento nada, ¿seré yo la nada?
¿quién soy, dónde estoy? Ya todo lo que fue cierto parece no serlo, ¿cuánto
tiempo llevo acá?¿estoy acá, o es un sueño? Creo que mi mente me engaña.
Abro la boca para gritar, pero el vacío puede oprimirme el pecho y
apagar todo sonido. Despierto. Estoy en el suelo, en medio de mi habitación.
Desencajado, echo un vistazo hacia todas las direcciones, todo permanece donde
debe estar.
Me convenzo de que fue un sueño, aunque en mi interior, entiendo que
no pudo ser una mera ilusión, o un invento, todo aquello que viví. Todo parece
estar normal, me hice sonar el techo y mi cabeza quedó hacia arriba.
En el techo hay marcas de uñas y la ventana está abierta, ¿habré
estado solo?
No hay comentarios:
Publicar un comentario