miércoles, 28 de noviembre de 2012

A dios rogando y con el mazo dando

Pablo Becker
Taller de Producción y Comprensión de Textos II 


Era tiempo de esquila, las tierras patagónicas acababan de terminar con su tarea de alimentar enormes manadas de animales. Los patrones preparaban los ranchos para la ocasión y contrataban peones rurales por semanas.
Antonio era un muchacho nacido en estas tierras, hijo y nieto de peones rurales. Emprendió su viaje hasta la estancia en donde había sido contratado junto a dos amigos para trabajar en la temporada de esquila. El dueño de la estancia era un ricachón que vivía en la capital, alejado del clima frío y las cuestiones propias de la vida en el campo, pero regresaba para este tipo de actividades. Salió de un lujoso auto, en la entrada principal, a un costado de la casa quinta frente a toda la peonada. Vestía un traje de seda negro, una prominente galera y fumaba una pipa que parecía despedir un aroma que elevaba a un paraíso a todo aquel que la percibiera (el patrón mandaba a traer los mejores tabacos del norte).
Antonio y sus compañeros de trabajo pasaban largas jornadas haciendo diversas tareas, limpiando corrales, acarreando ovejas, afilando las tijeras de esquila, pero al final de la semana, el patrón decidió retener  el sueldo del personal sin emitir la más mínima explicación a los trabajadores. Estos no perdieron tiempo y se organizaron, junto con otros paisanos, que venían de otros latifundios con el mismo problema: el patrón pagaba cuando y cuanto quería.
La huelga comenzó y los jornaleros planearon un boicot para obligar a su jefe a que les otorgue el dinero acordado. Éste al tomar conciencia de lo sucedido notificó al jefe de la policía la situación. En pocas horas los fuelles de seguridad reprimían los principales puntos de reunión de los huelguistas, amenazándolos con una persecución que los obligó a escapar en dirección a las mesetas patagónicas.
Desgraciadamente, Antonio y un grupo de compañeros fueron emboscados por diez soldados del Ejército argentino mientras escapaban por unos matorrales. Amenazados por los fusiles los peones aceptaron la rendición y fueron brutalmente golpeados por los soldados y llevados frente a su patrón. Les tomaron una foto sentados en el suelo y con las manos atadas como si fueran un trofeo.

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