miércoles, 28 de noviembre de 2012

Cotidiano

Federico Fiori
Taller de Comprensión y Producción de Textos II


Un viento muy leve movía la copa de algunos pinos, mientras ellos caminaban distraídos respirando un aire húmedo casi asfixiante. Estaban bastante irritados, pero sin embargo disfrutaban su mañana de domingo. En ese momento se escuchó la voz de ella.
-¿Qué creés que va a pasar? No quiero que se haga de noche, porque después es peligroso.
Sí, ya lo sé. Igual es muy temprano todavía y andamos por Villa Adelina. Acá no hay tantos milicos- dijo él tranquilo.
-Sí, pero nunca se sabe lo que puede llegar a pasar, menos cuando nadie se entera de nada- le contestó ella, con ganas de convencerlo para volver.
Él lo pensó. Tenía ganas de pasear y disfrutar el día, pero ya habían tenido problemas con los policías de la zona.  No los querían ver por el centro de San Isidro porque se habían metido una noche  a dormir en el garaje de un hombre, en una región de grandes y lujosas casas.
-Ya estamos acostumbrados igual a que nos vivan echando de todos lados ¿qué querés que te diga?- dijo él ya cansado de darle explicaciones.
-Vos no parás nunca loco. ¡Nos van a cagar a trompadas por culpa tuya!- le contestó ella enojada.
Pasaron tres horas más y el sol bajó imparable dejando un cielo negro bañado en estrellas. La angustia, el sueño, el dolor. Comenzaron a sentir esas sensaciones que los atestaban día a día. El día se había puesto frío.
-Tengo mucha hambre.-dijo ella- La humedad me está matando.
-Bueno, entremos entonces. Dormimos acá hoy.- le dijo él como última opción- A lo mejor conseguimos para comer o para tomar.
-Yo acá no me quedo ni en pedo. Si querés entramos y nos vamos. Pero yo no quiero que nadie me ande tocando ni nada por el estilo- le contestó ella de manera histérica.
En ese momento él lanzó una fuerte mirada:
-Bueno loca, hacé lo que quieras. Yo voy ahí adentro que está calentito. No tengo ganas de cagarme de frío. 
La miró un instante y caminó hacia su destino.
 Llegó hasta unas rejas negras. Saltó las rejas y vio nuevamente ese patio. Era gigante, muy verde y había regadores encendidos.
“¿A la noche?”, se preguntó él por dentro.
Llegó hasta una puerta que abrió con seguridad, pero se sorprendió al encontrarla cerrada. Miró para todos lados: su novia se había quedado del otro lado del paredón.
Se sacó el buzo y su campera y se los envolvió en el brazo.
-¡No!- gritó una voz- ¡Te van a matar, rajá de ahí!
Era ella, que estaba colgada del paredón. Pero ya era demasiado tarde, ya había roto el vidrio y comenzó a quitar los restos.
¿Por qué gritaste? ¡Rajá que nos van a matar ahora!- le gritó enloquecido mirando para todos lados.
Corrieron y saltaron el paredón, alguien gritó justo cuando escalaban. Corrieron un par de cuadras y se metieron en una plaza medio tapada por diversos árboles.
Luego de unos instantes, lo que esperaban: los sonidos de las patrullas retumbaban a lo lejos y sonaban cada vez más fuerte.
Él sintió una leve punzada en el estómago.
Ella estaba perpleja, dejándose llevar por todo lo que él hacía. Si los agarraban, los iban a maltratar físicamente como mínimo. Entonces se escuchó la voz de uno de los policías. No se entendió bien lo que decía. Ella miraba cómo lo agarraban de la cabeza y lo tiraban contra el suelo, como si fuera un muñeco. Su mirada impotente de querer ayudarlo y no poder. Él tenía cara de niño en esos momentos.
Al final a él lo metieron al patrullero y a ella la agarraron por otro lado. Esa fue otra desafortunada noche para ellos, los separaban como nada. Ella solamente desea volver a verlo.






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