Taller de Comprensión y Producción de Textos II
Era una espina, una astilla. Una estaca en la que anclé
una parte de la historia. La grieta en el relato, en mi escritura. Nunca pude
escribirla, ni siquiera esa satisfacción me dio.
El marrón insípido de los ojos comunes impedía lo subyacente, el trasfondo.
Una mirada siniestra y deslumbrante proporcionalmente
igual en cada ojo. Pestañas distraídas, pómulos sin relieve y una piel tan
blanca que era objeto de trueque en el mercado negro. Tres líneas castañas que
atravesaban el ojo izquierdo como resortes de un teléfono le cubrían la pupila
más dilatada. Sólo a veces miraba con el ojo verdadero. Nunca comprendí con
certeza con cuál de los dos mentía…
Fue como un blues: melancólica, bohemia, intratable. No existen jaulas para las
libertades desmesuradas ni cuerpos que resistan la tortura sistematizada de la
omisión.
Esa mujer era rosas y espinas.
Me enamoré de un monstruo.
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