domingo, 26 de junio de 2011

Dos historias, un final

Anyelén Lotúmolo
Taller de Comprensión y Producción de Textos I


Como todos los días, Milagros salía de la empresa en la que trabaja su marido. Todos a su alrededor fijaban la vista en ella, alta delgada y elegante; llamaba la atención de cualquier persona a cada paso. Su andar reflejaba el nivel social y económico de una mujer refinada, con clase. Pero no todo era como parecía. Milagros escondía su pasado debajo de un vestido sobrio y tacos altos, de las gafas y de su cartera importada. Esa pantalla funcionaba para el resto, pero aún con la vida de lujos que llevaba, no lograba sacar de su cabeza la dura infancia que había tenido.

Nació en una villa del conurbano bonaerense. Con su padre preso y con una madre ausente, Milagros tuvo que salir a trabajar desde niña para poder comer. Su hermano, un moreno alto y llamativo por sus ojos claros como el agua, era apenas dos años mayor; él cuidaba de ella, era su refugio en el mundo. En plena adolescencia Milagros presenció la encarcelación de Lucas. La policía había arribado a su casa con la noticia de que su hermano traficaba drogas y ella sintió que su mundo se desvanecía. La separación de su hermano marcó un antes y un después en su corta vida.

Pocos meses más tarde, con 21 años recién cumplidos, se mudó a la capital con el propósito de dejar atrás la vida turbia y vergonzosa que llevaba. A pesar de la escasa educación que había recibido, Milagros tenía muy buenos modales y buena presencia, por eso consiguió rápidamente trabajo como secretaria en una importante empresa. En ese lugar, rodeada de gente distinguida, conoció al hombre que le dio un giro completo a su vida. Facundo era el compañero que siempre había anhelado encontrar; era un hombre bueno, generoso, comprensivo y muy guapo de un metro noventa de altura y con la tez clara, casi pálida. Desde que se casaron, él la mantenía y la trataba como una reina.

Camino a casa, luego de la visita habitual a su marido, uno de los tantos ojos que se posaron en ella eran los de Tamara, quien había sido su compañera y su gran amiga durante la adolescencia. Milagros había decidido dejar atrás toda su vida, todo su pasado incluyendo a su amiga Tamara y a la hermosa relación de amistad que mantenían. Tamara, que aún vivía en la villa, estaba llena de dolor y odio por el abandono que había sufrido. Mientras iban pasando por su cabeza esos tristes pensamientos, una ira terrible se apoderó de ella. El daño había sido tan profundo que, a pesar del tiempo que había transcurrido, no lograba superarlo. A toda prisa, intentando mantener la calma, fue tras ella.

La fina mujer recorrió las tres cuadras que separan la empresa de su mansión sin percibir que alguien la seguía. En la puerta de su casa Tamara la sorprendió. Milagros se quedó tiesa, la miraba sin emitir palabra. Hacía años que no la veía pero la reconoció al instante, y con ella, su mente se agolpó de recuerdos que tenía reprimidos. Con actitud amable y con el pretexto de la enorme tristeza que sentía por su distanciamiento, Tamara la convenció de entrar a la lujosa casa. Milagros, todavía perturbada, la hizo pasar y, una vez instaladas en los confortables sillones, pidieron a María, la mucama, dos cafés.

Luego de una hora de charla, Milagros había logrado distenderse. De pie, con una mirada fría pero cordial y educada, le señaló la puerta. El clima se volvió áspero y una terrible y silenciosa inquietud abrumó a Milagros. Los ojos de Tamara, fríos y calculadores, estaban clavados en los suyos. La fina mujer, temerosa pero con paso firme, se dirigió hacia la puerta. Tamara se quedó inmóvil y su cara se transformo. Manejada por la ira, luego de gritarle cosas espantosas, sacó un arma. Milagros comenzó a llamar desesperada a María, pero antes de que ella llegara al living, Tamara gatilló. Todo pasó en un segundo. El sonido del disparo y el escenario que había generado la hizo volver en sí y entró en shock. La escena era terrorífica, el cuerpo de Milagros se hallaba sobre el suelo, sin vida, y su propia sangre estaba derramada alrededor. Desesperada por la situación y con María presenciando la escena, Tamara se colocó el arma en la boca y disparó.

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