domingo, 26 de junio de 2011

Trata de blancas

Pilar Muñoz
Taller de Comprensión y Producción de Textos I


Corrían los años 20 y en Argentina la desigualdad entre géneros era cada vez más notoria. En esa época se sabía muy bien cuáles eran las funciones que debían desempeñar los hombres y qué roles debían cumplir las mujeres. Si bien no existía una ley que lo estableciera formalmente, el imaginario colectivo tenía muy en mente un estereotipo de matrimonio, en el cual el hombre se encargaba de trabajar fuera de su casa y llevar el dinero para las necesidades familiares, mientras que su esposa se limitaba a hacer las tareas domésticas y cuidar a los niños.

Sin embargo, un día Ana no aguantó más. No soportaba la vida monótona que le era impuesta por una sociedad totalmente conservadora. Llevaba diez años de casada y durante todo ese período, si bien disfrutaba mucho de la compañía de sus hijos, sentía que su tiempo se le escurría entre sus dedos sin que ella pudiera hacer algo productivo.

Es por eso que decidió hacerle saber al marido su intención de buscar un empleo que le permitiera aportar a la economía familiar y, a la vez, le significara un crecimiento personal. Sin embargo, Raúl se negó rotundamente, sosteniendo que ella debía procurar la buena crianza de los niños y no debía descuidarlos en ningún momento, para que nada les hiciera falta.

Indignada por la actitud machista y tradicional de su esposo que, sin decirlo, subestimaba las capacidades de su mujer, Ana se dispuso a aprovechar los momentos en que Raúl no se encontraba presente, para mirar los avisos que los periódicos publicaban sobre distintas labores que se necesitaban.

Es así que, cegada por la emoción y expectativas que la situación le generaba, cayó en una red de trata de personas cuando se presentó, inocente, en un bar donde buscaban una camarera.

De esta manera pasó los años, encerrada en contra de su voluntad, en un prostíbulo donde vivió los momentos más horribles de su vida. Su destino recién se tornó favorable cuando, para su sorpresa, reconoció en uno de sus clientes el rostro, ya avejentado, de su marido. Si bien su desilusión fue extrema, al darse cuenta de que había convivido con un hombre que fomentaba aquel abuso, se vio beneficiada porque éste, enseguida, se movilizó para denunciar al dueño del lugar y devolverle la libertad a su esposa.

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