domingo, 26 de junio de 2011

La triste agonía de un fiel amigo

Rosario Ivancich
Taller de Comprensión y Producción de Textos I


La mañana del 7 de febrero de 1882, León Tolstoi recibió la noticia de la muerte de su fiel amigo Iván Ilich Golovin. Un colega del Tribunal de Justicia le había enviado una correspondencia donde le informaba que días antes, Iván Ilich había muerto víctima de una desconocida enfermedad y que sus restos iban a ser trasladados el viernes siguiente, luego de su correspondiente funeral. Asimismo, le describía cómo era el clima que se vivía entre sus colegas abogados del Tribunal que, apenas segundos después de haber recibido tan triste noticia, ya especulaban sobre los posibles ascensos y aumento de sueldos.

Tolstoi, reponiéndose de la conmoción y el desánimo, inició los preparativos para viajar hasta la casa de Iván Ilich, darle el pésame a su familia y despedir a su camarada. A diferencia de muchos caballeros, él no asistía a funerales por decoro y tampoco los consideraba una fastidiosa obligación. Sólo concurría a los de amigos cercanos y eso era Iván para él. Lo había conocido muchos años atrás, en Petersburgo cuando los dos trabajaban juntos en el Departamento de Justicia y las largas jornadas de arduo trabajo habían logrado formar un fuerte vínculo de amistad entre ellos.

Por ende, el día 10 de febrero, León se encaminó hacia la residencia Ilich. Cuando llegó, divisó unas pocas personas vestidas de luto en la entrada y decidió entrar. En una de las salas, se hallaba el féretro y a su lado yacían de pie, una conmovida Praskovya Fyodovna junto a sus dos hijos, Liza y Vasili Ivanovich.

Luego de presentarse y dar las condolencias, la mujer lo reconoció e invitó a una de las salas contiguas para entablar una conversación sobre su difunto marido. Ella le relató los últimos meses de vida de Iván, cómo había sufrido por la enfermedad y cómo aquello había logrado afectar a la familia entera. Tolstoi, mientras oía atentamente el relato de la viuda, percibió dos cosas que lo dejaron atónito. Por un lado, él tenía conocimiento de que su amigo estaba enfermo, gracias a una carta que le había enviado meses atrás, pero no sabía cuán grave era la misma. Había querido ir a visitarlo pero como ya no vivía en Moscú y su esposa estaba embarazada, había tenido que quedarse en su casa acompañándola. Y por otro, pudo percibir, por la forma en que Praskovya relataba los hechos y los consejos que le pidió acerca de la pensión que heredaría, lo poco que le importaba su marido y lo mucho que le interesaba el dinero que obtendría por su muerte.

Al ver semejante hipocresía por parte de ella, se arrepintió de no haber ido a verlo. Iván había estado padeciendo y soportando grandes dolores y sufrimientos, y lo peor de todo era que lo había hecho en medio de la soledad. Él sabía de la distante y escasa relación que mantenía con su familia, lo mucho que lo dejaban de lado y como lo consideraban un estorbo. Pero nunca se había imaginado lo verosímil de la situación.

Finalmente, Praskovya al ver que León Tolstoi no podía darle una respuesta puntual, le entregó una carta que Iván le había dejado. Después de despedirse y salir de la casa, se dirigió a su coche y pensó en leer la carta que, de seguro, iba a contener una gran enseñanza de vida, como era de esperar de Ilich.

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