jueves, 16 de junio de 2011

Mandarina

Maria Eugenia Flammini
Taller de Producción y Comprensión de Textos I


Sonó el timbre. Atropellándose por los pasillos corrieron ciento de niños hacia la libertad del patio. La bandera flameaba aburrida en el mástil. Los varones del 6° año “A” rodearon el suelo en que habían armado, desde principio de año, su cancha para jugar a la bolita. Bajo los flequillos transpirados y revueltos, sus ojos brillaban y se buscaban unos a otros, con la emoción de saberse cómplices de un plan que sólo ellos conocían. “Mañana cuando la vieja se va para la feria le tiramos el veneno en el jardín”, cuchicheó Manuel a su grupo de compañeros. Junto a Nacho eran los principales instigadores de la venganza que “los campeones rojinegros” planeaban contra Doña Mecha, vecina lindera del campito, sede oficial de los partidos de fútbol, más apasionados y concurridos del barrio.
La anciana, solterona de mal carácter, incautaba sin piedad cada balón que pasaba los límites de su frontera de ligustros y rara vez devolvía el tesoro después de dos o tres días de insistencia. Cada partido frustrado generaba en los pequeños jugadores esa rabia contenida que en caliente sustenta a la venganza.
La mujer, sin embargo, no se quejaba demasiado. Los enfurecidos pero suplicantes niños que rogaban por su pelota eran, casi, su único trato humano, y aun cuando esta relación le valiera insultos y el mote de ”la vieja” era mejor que el aplastante silencio de la soledad. Dos perros callejeros y un gato también la visitaban cuando tenían hambre, y si el calor agobiaba se dormían una siesta en su frondoso jardín, lleno de rosas, helechos y alegrías del hogar de muchísimos colores, que Doña Mecha cuidaba minuciosamente y con esmero.
Era viernes, último recreo, el sol pegaba de lleno en los baldosines del patio escolar. “Esta tarde, en el campito, juntamos la plata. El gordo, el peti y el Marian van a la ferretería”. Manuel organizaba los preparativos de la venganza con la misma pasión con que apuntaba al hoyo su mejor bolón lechero. “Nos vemos a las cuatro. No se olviden de la guita”.
Contra la reja despintada del portoncito, un gato enorme y anaranjado se refregaba y ronroneaba en señal de hambre. Era uno de los “huérfanos” a los que Doña Mecha alimentaba todos los mediodías, con las sobras de un almuerzo escueto y un poco de leche que compraba especialmente para sus mascotas ocasionales. “Qué lindo minino, qué lindo minino”, decía Mecha con ternura agachándose con dificultad para acariciar al animalito.
A las cuatro y media de la tarde, el equipo de “los campeones” se había completado. Como todavía hacía mucho calor para el partidito decidieron resolver los últimos detalles de la venganza y juntar los fondos para llevarla a cabo. El gordo traería, en un bidón que tenía su papá en el garaje, todo el herbicida que pudieran comprar con los ahorros hechos a costa de las monedas para el recreo y de alguna tía generosa que regalaba unos pesos. El fabuloso jardín de Doña Mecha, era el destinatario directo de sus maliciosos planes.
-“¡Eh gordo! ¿Le preguntaste a tu viejo como se prepara el mata yuyo ese que vamos a comprar?-preguntó Nacho.- ¡a ver si nos sale mal por tu culpa !
-Vos déjame a mí. ¡Qué te crees, que soy tarado?-Se fastidió Luís. - ¡ya va ver esa vieja roba pelotas!
- Tenemos que estar temprano, a eso de las nueve cuando sale la vieja a comprar. Y hacerlo rápido- ordeno Manuel - si nos ven y nuestros viejos se enteran se pudre todo, y ahí sí que no salimos nunca más.
Quedaron un rato en silencio, pensando en las posibles consecuencias de su malévola empresa. El enorme gato anaranjado se acomodó entre las piernas de los chicos reclamando una caricia. “hola mandarina” le dijo Manuel con dulzura. El colo, un pelirrojo tímido de ojos transparentes, ofreció con su mano en cuenco los restos de una oblea que el gato lamió con gran gusto. “¿te gusta, eh?, estas gordo mandarina”.se rió.
-Che, ¿pateamos un rato?- invitó Javier- mi vieja quiere que vuelva temprano para hacer los mandados.
-Dale.
El sábado amaneció resplandeciente. A las nueve de la mañana la pequeña tropa estaba en la esquina: Manuel, Nacho, el peti, el gordo, Lauti, Marian, Javier, y el colo. Fue Lauti el elegido para verificar que “la vieja”, ya no estuviera en casa. Se acercó hasta el portoncito y toco timbre. Los demás, con las manos húmedas de los nervios, espiaban desde la vereda de enfrente, preparados para huir si fuera necesario.
Al fin. Todo listo. Lauti les hizo seña agitando la mano en el aire. Cruzaron corriendo y se acomodaron en el paredón de la casa de Doña Mecha. Mientras, Marian y el gordo rociaban el mortífero líquido sobre las raíces de las mejores plantas.
Esa tarde, tuvieron un gran partido. Antes de volver a casa quedaron en encontrarse al otro día después de almorzar. Todos juntos disfrutarían los resultados de su vengativa hazaña.
A las tres de la tarde del domingo el sol castigaba sin compasión. Sentados en el cordón a la sombra de los fresnos miraban su obra. El jardín devastado, no les provocó toda la alegría que habían imaginado.
Se abrió la puerta de la casa y Doña Mecha salió pesadamente. Se veía vencida. Traía en la mano una bolsa. Los pequeños vengadores, miraron intrigados.
-“Mirá”-susurró Manuel-.la vieja está llorando.
-Sí, al final me da un poco de lastima- susurró el colo.
-Y bueno, la vieja se lo buscó- intento justificarse Nacho.
-Más vale- aprobó el gordo.
La mujer, visiblemente angustiada, corrió un helecho mustio. Detrás de la mata, hasta ayer resplandeciente, los chicos divisaron el gran bulto peludo que yacía en la tierra. Se quedaron en silencio. Doña Mecha metió en la bolsa con gran esfuerzo al enorme gato anaranjado
-¡Es mandarina! gritó el gordo!- ¡matamos a mandarina¡ Y salió corriendo.
El grupo de “los campeones” se dispersó hacia las esquinas con las almitas estrujadas. Manuel quedó solo, sentado en la vereda, abrazando las piernas y con la frente apoyada en las rodillas. Las lágrimas rodaban por su short rojinegro.
“Pobre mandarina, pobre mandarina”. Lloraba.

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