domingo, 26 de junio de 2011

Relato de un final

Jorgelina Gil
Taller de Comprensión y Producción de Textos I


Su respuesta la había agotado. Era una más, entre tantas otras; todo había girado siempre en torno a él, nunca hubo lugar para ella. Aquellos momentos en los que se sintió envuelta en el más maravilloso sol, hoy no eran más que vagos recuerdos que sólo confirmaban las mentiras. Ya no podía contar las veces que se había sentido mal por sus reacciones, sus huídas desesperadas, sus portazos e insultos.

Durante meses todo había sido oscuridad y caos, impotencia y dolor. Ya no encontraba palabras para expresarle el mal que le infligía y él, a su vez, tampoco la habilitaba a hacerlo. Lo miraba y sólo podía ver su adhesión a esa vida en la que nada había resultado como hubiesen esperado tiempo atrás, cuando las circunstancias ameritaban esperanzas y proyectos.

"No quiero volver a verte", fueron las últimas palabras que escuchó de él; y nunca le habían resonado tanto como durante esos días en los que se propuso darle el gusto. Todas las madrugadas se despertaba exaltada, envuelta en terribles pesadillas en las que ella le juraba irse y jamás regresar.

Sonó el teléfono. Le temblaron las manos, fueron segundos en que sintió que su plan se venía abajo, dudó. Finalmente optó por dejarlo sonar. Era él que, como siempre, volvía, y lo hacía porque en realidad nada lo incitaba a irse. Procuró que esta vez fuese diferente, ella se rehusó a ceder ante sus pedidos, a soportar sus malos tratos. En su cabeza sólo ideaba el fin y, para esto, necesitaba ese llamado raramente no correspondido. Ya estaba lista.

Olió sus libros, tocó sus vinilos -aún los conservaba porque se negaba al paso del tiempo, a los cambios de forma- y creyó oír las mejores y más dulces melodías. Agarró una lapicera, con cierta dificultad por los nervios, y escribió una carta muy extensa en la que le echaba a él la culpa de su sufrimiento. Contaba lo dichosa que se sentía, las aspiraciones que tenía antes de conocerlo y cómo se lo había arrebatado todo. Cuando terminó, sonrió. Imaginó todo lo que podían generar en él aquellas palabras, cómo su vida daría un giro, lo culpable que se sentiría, la oscuridad en la que se sumergiría.

Dio el último vistazo a su alrededor, se despidió de todo. Esas paredes habían contenido cada uno de sus llantos durante los últimos meses. Se preguntaba si alguien de su entorno intuiría lo que estaba por pasar pero no tardó en recordar que estaba sola, que también se había alejado de todos por él. Dobló la carta y suspiró. Un suave viento frío rozó el borde de su mano y un hilo helado le recorrió el cuerpo. Cincuenta. Cincuenta pastillas le indujeron aquel sueño eterno.

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