domingo, 26 de junio de 2011

Silencio en la estación

Ángel Martínez
Taller de Comprensión y Producción de Textos I


En los suburbios de una gran ciudad, en una estación de tren poco transitada, se encontraba un niño de doce años. Su nombre era Martín y aquel lugar era su hogar. Allí, no vivía con su familia sino con otros chicos que tenían las mismas condiciones de vida que él.

Todos los días, para poder comer, debía vender unas estampas que le entregaba un señor cuyo nombre desconocía. Si la venta era exitosa, este hombre le compraba comida, pero si no prosperaba, a Martín le esperaba una feroz golpiza.

Un día, el desafortunado chico subió al tren a vender las estampitas. Su jornada no había sido productiva y ya casi estaba llegando a la estación de Constitución, lugar donde debía bajar para entregarle lo recaudado al señor de identidad oculta. Un momento antes de bajar, el guardia del tren vio a Martín y sorpresivamente lo tomó por la remera y lo arrojó al andén con el ferrocarril en movimiento.

El niño quedó tirado durante unos minutos y poco después sintió cómo un pie impactaba en su rostro, luego en la panza y, finalmente, no sintió más nada. La gente pasaba por al lado del chico sin mostrar consideración alguna.

Las horas corrían y él seguía ahí, sin despertar, con la cara cubierta de sangre. Casi llegando la noche, fue la voz de un hombre la que lo hizo reaccionar. Éste le decía que se levantara y le diera el dinero que había juntado en el tren. Para desgracia de Martín, la poca plata que había podido recaudar, se la habían llevado los chicos que lo habían golpeado. Y el hombre, al enterarse de esto, no hizo más que pegarle aún más brutalmente.

El chico permaneció tendido e inconsciente. Por la mañana del día siguiente, pudo despertar y esperó sentado hasta oír que el tren llegaba. Se incorporó y realizó dos pasos hacia delante para quedar justo en medio de las vías. Miró hacia el frente y una fuerte luz lo cegó. Se escuchó el silbido del tren y fue lo último que Martín pudo percibir.

La estación permaneció cerrada por unos días y el silencio se apoderó de ella.

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